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Cristina, escondida detrás del jamón > Manuel Iglesias

La noticia de que Argentina va a aplicar una política de restricciones a las importaciones de jamón desde España e Italia, ha generado reacciones, unos minimizando su importancia, otras confiriéndole un aspecto de campaña del actual Gobierno en contra de los intereses españoles.

Esto no tendría por qué tomarse como una medida específica anti española de Cristina Fernández, puesto que se incluye a los italianos, cuyo jamón de Parma es muy consumido en aquel país que tiene una amplia capa de población descendiente de los allí llamados tanos. Y, en general, la política argentina de restricción de importaciones en todos los sectores, desde repuestos de automóvil hasta juguetes, ropa, calzado, productos para bebés e incluso medicinas, ha generado protestas entre sus vecinos de Mercosur (Brasil, Uruguay y Paraguay) y entre otros países socios comerciales.

De hecho, las exportaciones españolas de jamón a Argentina suponen el 0,024 % del total de envíos de porcino al exterior, por lo cual su impacto es escaso más allá del simbolismo del consumo local de un producto entre la colonia ibérica. Y hay que apuntar que no es lo mismo la exportación de carne argentina en España, si se habla de reciprocidades.

Todo podía haberse quedado en anécdota si la presidenta Cristina Fernández, que aparentemente necesita introducirse periódicamente en vena una dosis de populismo para recuperar su euforia y para ello usa lo hispano, durante un acto oficial no hubiera comparado las restricciones a la importación de jamón con la decisión del Gobierno español de dejar de importar biodiésel argentino tras la expropiación de la petrolera YPF a Repsol.

Ello, en lugar de contribuir a aflojar los problemas y establecerlo como una práctica comercial de tipo general, le dio ese aspecto de planificación anti algo que sólo contribuye a alimentar a quienes, a un lado y al otro, gustan de ejercitar las fobias.

Pero casi con seguridad las razones, más que pasionales, tienen fundamento económico. Cada vez hay menos dólares para pagar compras en el exterior y algo deben significar las crecientes dificultades que se ponen a los propios argentinos para que los puedan adquirir.