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El cementerio > Jorge Bethencourt

No se acostumbra a los números. Porque no tienen rostro. Porque no tienen alma. Pero los números que hablan de seres humanos tienen una voz que a veces puede ser un grito silencioso de 5.639,500 ecos. En el cenagal del paro, donde ya existe un millón setecientas mil familias sin ningún ingreso, pescan sin escrúpulos los exquisitos miserables que nos ha tocado en mala suerte disfrutar en estos tiempos. La política se ha transformado en un cadáver donde la disputada carroña pasa de pico en pico y donde importa más el pico de oro que los huesos de la desesperación.

La prioridad para la incompetencia reinante es la lucha contra el paro. Una lucha en la que pierden batalla tras batalla. Las palabras de los generales suenan falsas aún antes de escucharlas. Rostros circunspectos, voces graves, mensajes huecos que se repiten sin convicción mientras ordenan retirada tras retirada.

Partidos políticos, sindicatos y patronales manosean el paro como una herramienta para desgastar al contrario en un país contrariado. Ninguno confiesa que no sabe cómo afrontarlo. Nadie propone unir esfuerzos para plantar cara a un enemigo que nos derrota con cotidiana monotonía. Todas las acciones han fracasado. Las de izquierdas. Las de derechas. Las del dinero público. Las del mercado. La gangrena económica devora lenta e inexorablemente el cuerpo civil de España. Casi tres millones de pequeñas empresas abren sus negocios cada día pensando que puede ser el último. Cada vez hay menos consumo. Menos ventas. Menos compras. Menos sueldo. Más empresas cerradas. Más despidos. Más impuestos. Más cargas. Más normas, reglamentos y vericuetos que cumplir. Más cansancio y desánimo. Más angustia. Y más palabras que caen como lágrimas de una lluvia inútil sobre un cementerio de casi seis millones de almas.

Pero ese mundo aparte donde no había llegado en toda su intensidad la peste negra del paro, esa isla donde habitan los 445.500 políticos que trabajan para las administraciones públicas, los 65.000 que trabajan para los sindicatos y los 31.000 que trabajan para las patronales, empieza a resquebrajarse. Ya aparecen los primeros síntomas de que el cadáver de España no puede seguir alimentando tanta incompetencia. En esta guerra, después de las trincheras, la muerte cosechará en los cuarteles, los castillos y los palacios. En esta guerra, al final, moriremos todos. Y acaso cuando esta evidencia logre horadar las cabezas de chorlito de la dirigencia nacional podamos verles unir sus escuálidas fuerzas y acabar sus estériles discusiones. Les aplaudiremos, hueso contra hueso, desde nuestras tumbas.

Twitter @JLBethencourt