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El gran secreto de Justo > José Carlos Alberto Pérez-Andreu

Recuerdo cuando acudía fascinado y al alba a la Cadena COPE. Quería ver como Justo Fernández intervenía con quién para mí siempre ha sido el icono a seguir en este reto que es hacer radio cada día: Antonio Herrero. Ahí fue cuando descubrí a Justo; en aquellos amaneceres en los que ponía de los nervios a todos los contertulios de la derecha que intentaban frustrar, mañana tras mañana, el mandato de Felipe González. No lo conocí como líder de los trabajadores de la banca, no lo conocí como asesor del entonces presidente González; lo empecé a admirar cuando lo escuchaba enfrentarse a toda una caterva de ilustrados diestros para defender todo aquello en lo que creía pero, sobretodo, encararse contra aquello en lo que no creía. Justo era un idealista, un romántico inquebrantable capaz de enamorarte de cualquier causa que defendiese, únicamente, por la pasión que ponía en ella. Con tiempo y una caña, conseguí que nuestro protagonista me acompañara en el micrófono en el mismo instante en que comencé a presentar las mañanas de la COPE. Supongo que Justo veía en mí la ilusión de cambiar (si no todas) algunas cosas de las que giraban en nuestro confuso entorno. Su forma de comunicar no era más que su modo de sentir. Eso lo convirtió en un auténtico ídolo para los más necesitados. Darle voz a Justo era dar rienda suelta a la libertad de expresión más absoluta. Era poner en jaque a los poderes económicos y políticos; algo que pocos se quieren permitir. Su popularidad lo llegó a convertir (también en Canarias) en un personaje incómodo: era insobornable e incontestable. Sus verdades emanaban de la lógica primaria, eran de cajón.

Cada lunes de los de antes de retirarme de la COPE algunos años, en la tertulia política que manteníamos con Juan Manuel García Ramos, Antonio Alarcó, Nacho González Santiago y Juanma Bethencourt, yo recibía presiones descomunales para que lo apeara de este espacio de opinión (que junto al Scanner o a El Perenquén de Canal 7 del Atlántico), se convirtió en un producto periodístico de referencia. Él lo sabía e incluso me daba ánimos ironizando sobre de los tiranos. Con los años, él se fue apartando de los espacios en los que la connivencia entre el poder y el periodismo apestaba. Lo fueron apartando. Y ese era el gran secreto de Justo: que nadie lo podía sobornar, que nadie lo podía comprar; que incluso en los momentos más duros de su vida personal no hincó la rodilla ante nadie. Dijo lo que quiso y allá donde quiso. Hace unos meses volví a la COPE y le ofrecí acompañarme. Lo hizo. Siempre supo que conmigo podía decir lo que le apeteciese a pleno pulmón. Más allá de esto, aquel roble tenía sus debilidades que, como yo, compartimos. Pero esas no las contaré aquí jamás. Lo ayudé y me ayudó; y puedo gritar a los cuatro vientos que jamás hubo transacción alguna de por medio. Y todo fue porque, haciendo gala a su nombre, la vida con él dentro era más justa.

josecarlosalberto@gmail.com – Twitter@jc_alberto