Orwell dijo que ver lo que tenemos delante exige una constante lucha. Porque a veces lo obvio no lo es tanto. Yo llevo una temporada, por ejemplo, rumiando una situación que no comprendo. Canarias basa buena parte de sus ingresos, de su vida, en las ayudas que el resto de los ciudadanos españoles aportan a través de diversos conceptos; uno de ellos, por ejemplo, la subvención a la producción de energía eléctrica en las islas (también en Baleares, Ceuta y Melilla) a la que se destinan unos mil quinientos millones de euros cada año.
Ese modelo de dependencia me parece peligroso. Y malo para Canarias. Pero, oigan, es lo que hay. Nos echan dinero en el plato con subvenciones al transporte de viajeros, de mercancías, con las exportaciones… Entonces se detecta un posible yacimiento de petróleo a unos 40 a 60 kilómetros de las Islas, con unas reservas de mil millones de barriles. ¿Y qué decimos nosotros? Que no queremos el peligro de piche en nuestras costas. Eso en nuestras condiciones es como decir que pedimos solidaridad y respondemos con un corte de mangas.
Pero es un signo de los tiempos. El proyecto de Eurovegas pretende invertir en Madrid hasta unos 28.000 millones de euros. Una pasta. Y entonces sale en televisión un prójimo que afirma estar en contra porque se está haciendo de espaldas al pueblo y porque los mismos que permiten una inversión así están acabando con el Estado del bienestar. Y te quedas a cuadros.
Ya sé que Einstein avisaba de que la estupidez es infinita en términos más probables que el universo, pero no logro entender qué relación existe entre un primo que pretende invertir en España una millonada en un parque temático y el ocaso de los servicios públicos. O, mejor dicho, entiendo que sería gracias a ese tipo de inversores, su dinero, sus puestos de trabajo y sus impuestos, como se podría engordar la depauperada hacienda nacional. Y tampoco veo al pueblo, a los seis millones de la comunidad de Madrid, sentados a una mesa y discutiendo los términos de la inversión para que no se haga a sus espaldas. La cuestión es que estamos instalados en el conflicto. En creer que nuestra prosperidad depende de un Estado que, por lo visto, obtiene la riqueza por ósmosis inversa de la verborrea nacional. No al petróleo. No a los casinos. No a las inversiones. Y qué puñetas, no al turismo, que también molestan los guiris. Quedémonos aquí en la paz y la calma de nuestro cementerio.
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