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¿Me gusto?

POR LEOCADIO J. MARTÍN BORGES*

Las ilusiones son peligrosas… No tienen defectos…” (Sabrina, 1954).

Dentro del amplio espectro de posibles cambios que queremos hacer en nuestras vidas siempre hay un espacio que se encuentra asociado a nuestro físico o imagen corporal. No es raro escuchar conversaciones a todas las edades y con diferente intensidad en las cuales las referencias a la apariencia física o al cuerpo se deslizan como aspectos transversales.

Incluso, y en un sorprendente invasión de la intimidad de los demás, nos permitimos decirle a alguien, sin que lo solicite, cuál es su apariencia física y qué es lo que debería hacer para modificarla.

Qué duda cabe de que, si esto lo hiciésemos con otros aspectos de la persona, nos consideraríamos desatentos como mínimos, o maleducados en la mayoría de las ocasiones. Así, parece que tenemos permiso para decirle a alguien: “¡Has ganado peso!”, y esto nos parece bien. Y, sin embargo, “¡Qué triste te veo hoy!” nos parece demasiado íntimo.

Mejorar nuestra apariencia no quiere decir que debamos llegar a extremos ni que necesitemos invertir grandes cantidades de dinero para vernos bien. Basta con querer hacerlo; pero, así como muchas personas piensan que lo físico no interesa, también existen quienes creen que la apariencia es lo único importante en la vida. Esta obsesión por la perfección del cuerpo que tiene distintas formas de manifestarse, es quizás hoy donde cobra una nueva dimensión con relevante implicación social, económica y sanitaria.

Así, vemos como se establecen unos cánones estéticos como símbolo de triunfo social, deseabilidad y seguridad personal más allá de cualquier otra cualidad personal. Cuando alguien llega al extremo de fijar su atención solo en su supuestos defectos físicos, aunque no los tenga, obsesionándose por mejorarlos, estamos ante un trastorno mental. Un trastorno que distorsiona la imagen que tenemos de nosotros mismos por un exagerado temor a la fealdad y que afecta la vida de miles de personas hoy en día, la dismorfobia.

Este trastorno se confunde, en muchas ocasiones, con simple vanidad. En un mundo que exalta la belleza corporal es natural que uno busque mejorar su apariencia, pero existe una delgada línea que separa la sana preocupación del desorden mental. La dismorfobia suele presentarse en la adolescencia, lo que no significa que los adultos no podamos sufrir de ella.

Está ligada a la depresión y no debe tomarse a la ligera, es una enfermedad que puede tener trágicos desenlaces si no es tratada a tiempo.

Es lícito preocuparnos por mejorar nuestra salud física y nuestra apariencia, pero sin caer en obsesiones. / DA

Otros trastornos provocados por la presión a la que nos vemos sometidos desde los medios de comunicación y desde nuestro entorno cercano son la anorexia, la bulimia o la vigorexia, que pueden acarrear graves consecuencias psicológicas y físicas. Los comportamientos anoréxico y bulímicos se detectan con cierta facilidad cuando vemos que la persona comienza a obsesionarse con adelgazar y deja de comer o intenta eliminar lo que ha comido de forma inmediata.

Es en los primeras fases del desarrollo de estas compleja enfermedades, que algunos han definido como una adicción a no comer, en donde la intervención de los progenitores o educadores puede tener un mayor impacto.

Algo similar ocurre con la vigorexia, que incorpora una obsesión por el ejercicio físico desmedido, que lleva a muchas personas a comenzar a ingerir “suplementos” de dudosa procedencia o lo que es peor, sustancias adictivas como los esteroides o anabolizantes. Todos estos trastornos tienen serias consecuencias sobre la salud y conllevan un tratamiento prolongado, que debe ser conducido por especialistas en trastornos de la alimentación.

En el caso de la vigorexia o de la mas reciente ortorexia (obsesión por la alimentación sana), los trastornos asociados de la alimentación y las carencias que  puedan conllevar el alimentarse con suplementos o con comidas no proscritas son factores muy relevantes que no nos pueden hacer olvidar la alteración interpersonal y familiar que se produce en la vida de estas personas. Ya que diferenciar no es fácil, además de los ya comentados para la anorexia y bulimia, estos indicadores nos pueden ayudar a identificar alguno de estos comportamientos:

-Pensar constantemente en la imagen física.

-Sentir complejos y vergüenza por los “defectos” físicos.

-Interrogar a familiares o amigos acerca del supuesto defecto.

-Acudir continuamente a dermatólogos o cirujanos plásticos. 

-Intentar ocultar partes del cuerpo o rostro que presentan defectos.

-Sufrir en silencio por la apariencia física.

-Evitar las reuniones sociales por temor a que alguien note los defectos.

Si reconoces algunos de los síntomas en tu forma de actuar o en la de alguno de tus seres queridos, aún estás a tiempo de acercarte a un especialista en salud mental.

En definitiva, la propuesta de cambio desde la corteza no deja de ser una mano de pintura sobre nuestro verdadero potencial de cambio que, aunque debe incluir por supuesto una preocupación por nuestra salud física y apariencia, no debe centrarse exclusivamente en ella.

*Psicólogo
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