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Nada convence como la propia experiencia > Rocío Celís

Ando buceando en periódicos de principios del siglo XX a cuenta de un trabajo que tengo entre manos, y en un ejemplar de 1909 editado en Tenerife encontré esta frase coronando un viejo anuncio: “Nada convence tanto como la propia experiencia”. Disfruto cada artículo, cada palabra, cada añeja expresión que leo entre esas lejanas páginas de periodistas que son nuestros antepasados en este oficio. Los imagino diseñando cada columna, recopilando la información de manera artesanal y tejiendo las enormes planas de tinta negrísima.

Me entusiasma este trabajo. Así fue como me encontré frente al eslogan del viejo anuncio.

Estoy convencida de que hace algún tiempo no me habría detenido a releerlo, pero los años pasan y empiezan a confirmarme que nada resulta tan contundente como la propia experiencia.

El veterano colega periodista/publicista (no se) que lo escribió estaba cargado de razón. Nada comparable a la propia vida vivida en primera persona. Nada que pueda ser leído, escuchado, narrado, contemplado. Nada que ver con lo sentido en la propia carne, con lo experimentado por la propia esencia. Propia. Lo exclusivo de cada individuo, esa es la experiencia. El recorrido vital que le es inherente, que le pertenece de forma única y que determina por completo su desarrollo, su forma de estar y de ser.

Por eso, no hay como vivir las situaciones que la vida va presentando para ir entendiendo que no hay verdades absolutas, ni dogmas, ni pedestales, ni aguas de las que no beber, ni caminos rectos, ni malos caminos, ni advertencias, ni siquiera sugerencias. Es la propia experiencia la que sitúa al individuo frente a la realidad y en esa soledad íntima, le muestra cómo son las cosas de verdad, desnudas de ideas preconcebidas en un corsé cultural, social, religioso o del tipo que sea. La propia experiencia cobra entonces dos valores añadidos, el de la libertad personal y el de la comprensión en un sentido amplio y profundo, pero esto sería materia a tratar en otro momento.

El viejo anuncio incitaba a comprobar por nosotros mismos porque ninguna otra prueba resulta menos contestable que ésta. Qué duda cabe que algunas experiencias son tan dolorosas que, si nos dieran a elegir, con seguridad preferiríamos no haberlas tenido. Pero como se sabe, esto no funciona así y además no habría posibilidades de crecimiento. Es en esa confrontación con la realidad, a veces desgarradora, donde resulta verdaderamente útil la propia experiencia. Nos dicen que esto o aquello es así o de esta otra manera. ¿Y quién lo dice? Lo importante no es quién lo dice sino lo que cada individuo responde desde su propia experiencia. Ahí nos encontraremos con la riqueza de una infinidad de respuestas. Tantas como percepciones individuales del mundo hay.

*Periodista y socióloga