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El jueves fue el Día Mundial de la Libertad de Prensa, una fecha para acordarnos de un oficio duro, ingrato y amenazado por todos los frentes, desde la precariedad laboral (por qué no nos parecerá tan grave que un periodista esté malpagado) hasta la soberbia de quienes deberían ofrecer explicaciones de cada cosa que hacen (por qué empezamos a acostumbrarnos a algo tan delirante como las ruedas de prensa sin preguntas). El estado estupefacto de la prensa en este país se resume perfectamente en la incredulidad de los periodistas que vieron a Rajoy huir por el pasillo del Senado tras pararse unos instantes frente a ellos. A veces lo recuerdo, y me tengo que poner el vídeo en YouTube para constatar que tamaña falta de respeto pasó de verdad. Si medimos la calidad de la democracia por el periodismo que la fiscaliza, lo de Canarias no pinta bien. La crisis ha dejado sin trabajo a quinientos profesionales, la misma crisis que, con la ayuda de varias decisiones cuestionables, ha llevado al cierre también a muchas empresas de comunicación. Los que quedan en pie, viven con el pánico permanente de verse en la misma situación. Y sin embargo, nada hay más precioso ni necesario que una prensa que pueda ejercer su función en unas condiciones mínimas de dignidad y libertad. Suena utópico, pero igual no lo es tanto. Hace unas semanas, The Times le arreó una cachetada con la mano abierta y en portada a su accionista mayoritario, Rupert Murdoch. Y al día siguiente, volvió a salir el sol, y volvió a salir The Times.