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Un chirisgabís > Alfonso González Jerez

“Rajoy”, le leo a un colega de la prensa madrileña, “es un maestro del escapismo”. No, hombre, no. Un maestro del escapismo lo es cuando no adivinas cómo lo ha hecho. Y a Rajoy se ve, y se le escucha, casi todo. Ha tardado cinco meses, nada menos que cinco meses, en convocar su primera conferencia de prensa como presidente del Gobierno, y no lo hace, tal y como es preceptivo, en La Moncloa, sino en la sede central de su partido. Y Rajoy no es solo un presidente del Gobierno patético, sino que lo parece. Su lastimosa categoría política e intelectual no es una sospecha malévola, sino una evidencia desoladora. Un señor que pasaba por ahí y alguien le dijo, mira, responde a unas preguntas de los periodistas, y va y responde a tres preguntas de las veinte formuladas. A las demás les aplica la técnica de las generalidades obvias y las insignificancias enfáticas. Lo más asombroso de semejante chirisgabís – así llamó él a Rodríguez Zapatero – es que en su intervención inicial, de cinco minutos, no se refiere en ningún momento a Bankia. Ni una palabra. Sus ojos se deslizaban desde el vacío insondable hasta el papelucho que llevaba escrito. Es como si este inverosímil individuo creyera -o quisiera creer – que está compareciendo ante los periodistas como el presidente de un club de dominó de Betanzos.

Son unos estafadores. Pero no están estafando a cuatro gatos en la calle. Nos están estafando a todos con una ferocidad digna de pirañas insaciables. Y luego no saben ni simularlo medianamente. Se contradicen de continuo porque no solo son tenazmente falsarios, sino que están demostrando una incompetencia estratégica y técnica apabullante. Sin embargo su petulante negligencia es menos preocupante que el esfuerzo en el que la ocupan. A tal degradación ha llegado esta democracia representativa que el jefe del Ejecutivo es capaz de justificar que un agujero de 20.000 millones de euros en una entidad bancaria -un agujero emporcado de falseades contables y documentales- que obliga a ser intervenido por el Estado no exige ni una investigación parlamentaria ni la actuación inmediata de la Fiscalía General del Estado. El que consiente una golfería de proporciones tan monstruosas se convierte inmediatamente en cómplice de la misma. Casi 500 euros le costará a cada español evitar el hundimiento de Bankia, una gusanera de venalidad política y financiera. Una inyección -en dinero o en deuda pública- que apenas es el preludio de las urgentes necesidades de las antiguas cajas de ahorro; según los cálculos más moderados, serán necesarios unos 60.000 millones de euros más para sanear el sistema. Y el chirisgabís todavía muestra la titubeante osadía de garantizar que no se pedirá dinero a la UE para evitar el derrumbo del sistema financiero español.