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Vilaflor produce vinos de altura

VILAFLOR-BODEGAS REVERON
Diego Reverón, en el interior de su bodega y con el vino en las barricas. / N. D.

NICOLÁS DORTA | Vilaflor

Poco antes de llegar al pueblo de Vilaflor, se encuentra la Bodega Reverón, un caserío a 1.300 metros de altura sobre el nivel del mar, que extiende sus viñedos en medio de la llanura Los Quemados. La bodega nació en 1947 de la mano de Eugenio Reverón Sierra, que dedicó parte de su vida a cuidar estos terrenos. Ahí nacen los vinos blancos, tintos y rosados que han conquistado paladares, generaciones, y ahora mima su hijo Diego Miguel Reverón Reverón.

Este aronero vive junto a ovejas, gallinas, una mula y un inteligente pastor alemán. La finca alberga secretos que sólo se dan en las alturas, en silencio, un ambiente propicio para convertir la uva en un buen caldo, que deja la boca con innumerables matices. Son 19 hectáreas de cultivo, de las cuales 12 se destinan a la producción. El blanco albillo Los Quemados es sin duda el vino de este año. Ha ganado en abril uno de lo s premios internacionales más importantes: la Medalla de Oro del Internacional Challenge du Vin de Burdeos (Francia). Fue una cata a ciegas entre más de 4.000 vinos de 38 países. De España concursaron un total de 730. El blanco albillo destaca por su color amarillo, con ligeros tonos verdosos, con notas de vainilla y frutas blancas de cierto toque exótico. Muy potente en boca, sabroso y equilibrado. Perfecto para el pescado, platos ligeros o para una copa al atardecer.

“Estamos muy contentos de haber recibido este premio que deja a los vinos de nuestra tierra en un buen lugar, no sólo en esta bodega, sino en otras que han recibido premios importantes”, comenta Diego Reverón. Junto al albillo, la Bodega Reverón comercializa el rosado, un éxito el año pasado, zumo de fresas que ya está agotado. Se suma el tinto y el blanco joven, afrutado, el tinto selección o el barrica de roble. Todos bajo el nombre de Pagos de Reverón.

La bodega conserva el viejo lagar, donde se aplastaba la uva con la madera. Pero ahora se utiliza también la nueva tecnología, con máquinas para el prensado y la conservación en las diferentes variedades.

VILAFLOR-BODEGAS REVERON
Los viñedos se localizan en la zona de Los Quemados. / N. D.

En un día de calor gran parte de la casa se mantiene fresca gracias a las paredes de piedra. Diego Reverón madura el vino en barrica. Pagos de Reverón también ha ganado la Medalla de Oro del Alhóndiga y Quemados la de Plata. Comenta el dueño que, a pesar de la crisis, se vende vino, como los coches y las casas de lujo. “Hay gente de dinero a la que la crisis no le afecta. Un buen vino es capaz de capear estos tiempos en la medida de sus posibilidades”, asegura.

Reverón vende en la propia bodega sobre el 60 o 70 % de lo que produce. Del resto de la mercancía se encarga una distribuidora. El objetivo es que la gente disfrute del caserío y por ello, organizan catas donde se mezcla la gastronomía con el vino. Diego entiende que el visitante debe conocer dónde crece la uva y dónde muere. Este aronero no descarta en un futuro, aventurarse al comercio exterior, como otros vinos de la zona: el Tierras de Aponte, de Taucho, que se exporta a Estados Unidos. Aunque vende prácticamente toda la producción, Reverón es discreto, le gusta ir paso a paso. Así es como ha conseguido que estos vinos enamoren.

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Momento ideal para los caldos de las Islas

El precio de los vinos canarios es más caro porque la producción es menor y su coste más elevado, y se elabora con productos 100% de la tierra. “En la Península es distinto, lo que saca la viña se hace íntegramente con maquinaria y se recoge mucha más uva que aquí”, dice el experto en Vilaflor.

Según Diego Reverón, la situación de los vinos canarios está cambiando a mejor. “En parte, por el fomento de las catas, motivando así a la juventud que pruebe nuestros vinos y que vean que no sólo se trata de alcohol, sino que existe toda una cultura detrás, de aromas, sabores, una serie de cosas gratificantes por descubrir”, concluye.

Trabajar un vino de calidad requiere cuidar la tierra y que la uva crezca en un ambiente propicio para su cultivo. De eso depende el sabor, la textura y los matices que lo hacen ser un buen vino, y por supuesto, del empeño y la paciencia que se tenga.

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