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El dra(c)ma griego > Luis Alemany

La más rotunda invención teatral helénica fue la tragedia, que comporta (como uno ha comentado en alguna ocasión) una enfática dignidad, agresivamente trasgresora, que desafía blasfemamente a los dioses, aun a sabiendas de que los humanos que lo hacen están condenados a convertirse en víctimas de la venganza de aquellas divinidades supuestamente omnímodas; pero hoy tal espectáculo ha desembocado en el simple drama monetario del dracma: algo así como una tragedia doméstica, una tragedia pequeñita, como de andar por casa, en la que los protagonistas no se enfrentan a los dioses, sino a los banqueros, que vendrían a ser (actualizando -con una cierta libertad- la mitología clásica) héroes, unos turbios híbridos de dioses políticos -aquellos que los engendraron -y humanos delincuentes: aunque si continuáramos a través de los símiles teatrales, el problema económico de Grecia (como el de más de media Europa: España -claro está- incluida) pudiera calificarse de sainete, de farsa o de astracán, cuando no de grotesco esperpento valleinclanesco.

Desde esta acuciante perspectiva dra(c)mática helénica, no deja de resultar significativo que sea precisamente Inglaterra quien proponga que Grecia abandone el sistema monetario del euro, cuando se trata del único país de la Comunidad Europea, que se ha negado a adoptar tal moneda, aferrándose a la libra: también es verdad que un inglés -en opinión de uno- es un animal que no tiene nada que ver con el resto de la Humanidad, y se rige por parámetros curiosamente peculiares: mi amigo Alberto Gorostiza suele afirmar que ser palmero no es una nacionalidad, sino un estado de ánimo, y -de similar manera- uno está cada vez más convencido de que ser inglés es algo parecido; de tal man era que posiblemente construir Europa con estos mimbres debe resultar más difícil que construir este Archipiélago, por muchos Buenos Aires que se le pretendan echar.

Tal vez -no puede uno por menos de pensar- estas diferencias nacionales europeas remitan a una cuestión idiosincrática diferencial: la semana pasada un diario tinerfeño (que ni es este ni se elabora junto a La Recova) afirmaba editorialmente que el nacionalismo es estructuralismo; algo que debió dejar estupefactos a Ramón Trujillo, Gregorio Salvador y -si levantara la cabeza- a Ferdinand Saussure, al descubrir sus condiciones nacionalistas insospechadas, de similar manera a aquel personaje de Molière, que descubrió en la madurez que llevaba toda la vida hablando en prosa, sin saberlo.