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El espejo nacionalista > Juan Hernández Bravo de Laguna

La actualidad política en el Archipiélago incluye la reciente celebración, el fin de semana pasado en Tenerife, del V Congreso de Coalición Canaria, denominado Nacional, un Congreso que, más allá de los cambios organizativos formales aprobados, puso de manifiesto la profunda división interna que sufre la formación nacionalista isleña. Paradójicamente, en este Congreso se ha querido potenciar su carácter de partido unido frente al de coalición. Sin embargo, no se ha podido ocultar que se trata de una coalición de intereses que confluyen en el poder. Y cuando el pegamento del poder escasea, como ahora ocurre, el disfraz de la aparente unidad desaparece, y los sectores enfrentados se quitan la careta y dejan entrever el rictus crispado de sus auténticos rostros. Sería posible establecer un paralelismo con lo sucedido en el Partido Socialista después de perder las elecciones generales y en su último Congreso, que cerró en falso la irremediable ruptura entre Pérez Rubalcaba y Carme Chacón.

El sector de Paulino Rivero se impuso por una corta mayoría, suficiente para ganar el Congreso, pero que el próximo futuro se encargará de determinar si fue un triunfo pírrico o no. Al igual que pondrá a prueba las declaraciones del flamante nuevo secretario general del partido, José Miguel Barragán, con sus competencias formalmente reforzadas frente a la presidencia, que ha manifestado que no habrá “cuchillos largos” ni “represalias” en su mandato, pese a su ajustada victoria. “Ese no es mi estilo, y la crisis es lo más importante”, afirmó, añadiendo que afronta un trabajo “arduo” porque tiene que “convencer” a un sector del partido sobre las ventajas de la nueva estructura orgánica. Por último, destacó que Coalición Canaria debe seguir un “camino distinto” al de los partidos estatales, con un “proyecto nacionalista e identidad canaria”.

En definitiva, la huera retórica habitual de todos los partidos de este país, en especial de los nacionalistas. Es evidente que Coalición ya ha seguido en el pasado un “camino distinto” al de los partidos estatales, con un “proyecto nacionalista e identidad canaria”. Y es evidente también que su idea de la identidad canaria es una concepción petrificada en el tiempo y en el espacio en un híper costumbrismo rural de cartón piedra, romerías de Coros y Danzas incluidas, como esos paseos romeros del reciente Día de Canarias. Diríase que para la formación nacionalista la identidad canaria es una película de Cine de barrio, en la que los canarios vamos todo el día disfrazados de magos, cantando -mal- isas y folías, y con un diccionario de canarismos bajo el brazo. El color local, del que decía Borges era la prueba concluyente de lo no genuino. Y eso, encima, en un mundo globalizado de identidades que se entrecruzan y se influyen mutuamente, y en una región frontera con otros mundos y otras culturas que intentan desesperadamente acceder a nosotros sin renunciar a sus señas de identidad.

Mayor interés tienen las manifestaciones del propio Paulino Rivero, que, por enésima vez, denunció el supuesto maltrato que sufren las Islas por el Gobierno español y vinculó ese supuesto maltrato a la pérdida de peso político sufrido por Coalición en los últimos meses.

El buen trato recibido en los dieciocho años anteriores, puntualizó, no se debió a la generosidad de socialistas y populares, sino a la presión ejercida por el nacionalismo canario. Todo un manual resumido de nacionalismo y de ideología política nacionalista: la teoría de la eterna conspiración anti Canarias de los perversos poderes estatales.

En efecto. El núcleo irreductible de la ideología nacionalista es la imposibilidad de definirse como no sea por la vía de la negación y del miedo al otro. El nacionalismo es una ideología especular, una ideología de espejo, que para existir precisa un enemigo exterior en el que mirarse y al que combatir. Al mismo tiempo, el nacionalismo se asienta en una sinécdoque política que toma la parte por el todo. De modo que su razón de ser es afirmarse no en cuanto una ideología más entre otras, sino como la única ideología que representa a todo su pueblo y defiende sus auténticos intereses contra sus enemigos. Un partido nacionalista sin enemigo exterior al que combatir, un partido nacionalista que reconociera que el supuesto maltrato exterior simplemente no existe, que es un partido más entre otros y que los intereses que defiende son intereses partidistas igual que los de cualquier otro partido, estaría abocado a la desaparición. Es lo que algunos autores llaman la miseria del nacionalismo, el ser alienado en el otro y en negativo a través de la sustancialidad del enemigo exterior. Un enemigo que es necesario inventar si no existe, porque sin él no se es nada: el miedo a no ser nada define el espejo nacionalista.

Un espejo nacionalista que esgrime los mitos políticos de la nación y de la independencia nacional, mitos que pertenecen al acerbo cultural del romanticismo político decimonónico; confunden la nación política con la nación cultural; suponen que es posible una determinación objetiva de las naciones, y dan por supuesto que un Estado puede ser realmente independiente en lo político y en lo económico. Demasiados mitos y demasiadas confusiones. En resumen, harían bien Paulino Rivero y su gente en no mirarse tanto al espejo.