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El futuro de nuestros hijos (I) > Alexis Oliva

En las últimas dos décadas el cambio en las relaciones económicas, comerciales e incluso sociales a nivel mundial ha sido muy importante y sin parangón en la historia de la humanidad. No solo ha existido una evolución espectacular en la tecnología, al alcance de todos en nuestro trabajo y ocio cotidiano, sino también se han revolucionado los paradigmas o creencias principales en las que basamos nuestras expectativas de crecimiento.

Hoy en día, la economía de libre mercado como fuente de crecimiento y prosperidad para la humanidad parece no tener ya detractores importantes a lo largo y ancho del globo y las diferencias, aunque parezcan profundas, se modulan o matizan enormemente. Nadie discute sobre los beneficios de la libertad de mercado, de comercio o de movimiento de capitales. Para mí, como liberal convencido esto no supondría el mayor problema, si realmente existiese eso: economía de libre mercado.

La regulación por las autoridades y gobiernos del libre mercado ha generado disfunciones importantes, que lejos de ahondar en la libertad de empresa y de generación de oportunidades y riqueza, ha creado una distorsión que nos ha llevado a la aceptación en las sociedades occidentales de la importación de un dumping social, (precios por debajo del coste de producción) sobrevenido por la aceptación de normas, como es el caso de la relación mundial con la República Popular China, de una economía tutelada mediante la cual la asignación de los recursos internos en su país, no las decide el mercado, sino un comité de burócratas, que impide que el beneficio del esfuerzo y resultado del buen hacer de una sociedad se premie por el mercado con una mayor demanda de trabajo y por supuesto, una mayor capacidad de consumo o de ahorro para sus ciudadanos y empresas, que en su caso, también generen mayor demanda de productos de otras economías.

Esto no ocurre con China. ¿Por qué? Porque su gobierno mantiene a su población sometida a durísimas condiciones de trabajo, que no se modifican de forma sustancial conforme se han ido generando los beneficios suficientes para llevarla a cabo. Esto no se hubiese podido realizar, sin la participación por parte de Occidente de las grandes corporaciones multinacionales, en su mayoría de los países del norte de Europa y Norteamérica, que han producido en ese país con su nivel de costes, pero han vendido en Occidente con su nivel de precios, el beneficio ha sido inmenso y espectacular. Beneficio, reinvertido por el Gobierno chino en la búsqueda de recursos a nivel global y la adquisición de deuda soberana de los países occidentales, con lo que eso representa y representará en el margen político que puedan tener sus dirigentes democráticos en el futuro.

En este caso, ¿quiénes son los damnificados?, Las sociedades occidentales, especialmente las de aquellas economías periféricas de Occidente cuya producción carece de un valor añadido suficiente para que el mercado lo reconozca y lo diferencie en marca o calidad a la avalancha de productos realizados en China. Este país es demasiado grande, y esta distorsión demasiado severa como para que podamos considerar que las relaciones actuales están basadas en unas reglas de juego dentro del considerado libre mercado.

*Economista, MBA y Máster en Asesoría Fiscal