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El vapor ‘La habana’ > María Montero

Recibí un testimonio sobrecogedor hace unos días en Bilbao. Con la celebración del 75 aniversario este año, desde el 21 de mayo de 1937, de la evacuación de casi 4.000 niñas y niños vascos durante la Guerra Civil desde el puerto de Santurce, a través del vapor La Habana, se encontraba en Euskadi Javier Benito, hijo de Rodolfo Benito, el que fuera una autoridad de la Delegación del Gobierno vasco en aquel entonces y un héroe cuasi anónimo, dado que intervino activamente en el rescate de niños huérfanos o niños de padres encarcelados, y su “forzada evacuación” a diferentes países de Europa. Los niños vascos emigraron y fueron entregados a diferentes hogares y orfanatos europeos, gracias al convenio de aceptación de niños exiliados con el Gobierno británico, Foreign Office, el Comité Nacional Unificado de Ayuda a España, y la Asociación Basque Children. Y tuve el honor de recibir este relato de uno de estos niños. Entrevisté a Javier Benito. Él tenía dos años, se disponía a emigrar en el vapor La Habana en 1937 con Rodolfo, su padre, su madre y su hermano recién nacido. Era el último viaje que realizaba su padre, el delegado del Gobierno, después de salvar miles de vidas, pero este último vapor nunca zarpó. Días atrás se sucedía el bombardeo de Guernica y los soldados italianos y alemanes cercaban las costas del norte de España, y la caída de Bilbao era inminente. Javier se quedó en tierra con su familia y su padre emigró a México. Volverían a verse unos años después en México. Entonces, llegados a este punto de su historia, Javier y yo tragamos saliva. Nos encontramos en el hotel Carlton, en pleno centro bilbaíno, y me comenta con ojos húmedos que este hotel fue la sede el Gobierno vasco. Desde aquí, muchos hombres decidieron anteponer intereses políticos para salvar vidas. El valor de los gudaris, soldados vascos, les llevó a escoltar al vapor La Habana, porque los niños vascos tenían derecho a la vida. Javier y yo revivimos emocionados cuando se reencontraron su padres en México, después de atravesar el Atlántico y el Pacífico, y su hermano pequeño le preguntó: “¿Quién es ese hombre que está besando a mamá?”, y él contestó: “Es tu padre”. Años después recuperaban a un padre desconocido pero a un héroe en toda regla. Hecho generalizado para muchos niños de la guerra, a su vez, emigrados dentro de la Segunda Guerra Mundial. De regreso a tierras vascas, en estos días, hablamos del rescate europeo a España, de nacionalismos, y me pregunta por Canarias. Recordamos que en Tenerife, un 17 de junio de 1936, Franco se reúne en Las Raíces, en el Teide, con oficiales del ejército, y de ahí tomó fuerza para entrar en la Península como líder militar. Canarias vivió el pandollo, gente desaparecida, atada a un saco con piedras. Se alimentaron con leche y gofio, y hoy defienden su autonomía en el Congreso. Y yo conmemoro que mi bisabuelo, Longinos Montero, como otros, dio la vida por el pueblo de Toledo. Excusó refugiarse en el Alcázar de Toledo, con el Gobernador Civil, y excusó enfrentarse con republicanos. En plena guerra daba trabajo, comida y alojamiento a ciudadanos. Le preguntaron a qué bando político seguía y él respondió: “Me sigo a mí mismo”, y lo mataron los republicanos. Entiendo que había gente liberal y culta, y gente sin liberar llamándose republicana. Entiendo que había militares cumpliendo órdenes y soldados atrapando libertades constitucionales. Hubo de todo. Pero mi bisabuelo me enseñó que en una guerra de todos la gente perdida ideológicamente no entiende que alguien se siga a sí mismo, y se rescate o se salve a sí mismo, y a otros, se sea conservador o liberal. Y de mí nace la honra a todos los librepensadores.

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