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Gibraltar, cara B > Rafael Muñoz Abad

Haré de abogado del diablo. Cuando una nación hace las cosas bien, una de las consecuencias es Gibraltar. La herencia poscolonial de Reino Unido se revela como una nutrida descendencia en forma de territorios de ultramar. Un legado de hijastros procedentes de la Pax Brittanica. Las políticas marítimas de Elizabeth I fueron la semilla de la posterior hegemonía marítima de Inglaterra hasta la Segunda Guerra Mundial. Mientras la hacienda española se desangraba en Flandes y descuidaba la construcción naval, los armadores británicos invertían en sus astilleros. Gibraltar no es sólo inglés porque así lo decrete el tratado de Utrecht; sino porque la supremacía marítima inglesa fue a la par del dictado de las leyes de la mar: las escritas y las de uso. El derecho marítimo internacional, tal y como lo conocemos, es una criatura tan imberbe como desdibujada. Y son muchas las razones que se pueden esgrimir para tal afirmación. A grandes rasgos y hasta prácticamente finales del siglo XIX, las políticas navales se sostenían bajo el gun power inglés o la ley del más fuerte. Las tan cacareadas aguas jurisdiccionales son un invento más civilizado, pero igualmente interpretadas bajo las influencias de aquellos que heredaron la supremacía marítima. Gibraltar, igual que las Malvinas, son piezas que no le cuestan un sólo penique a la corona. Enclaves que le permiten ejecutar políticas marítimas allí donde no está tan claro que lo pudieran hacer (…). España dejó de ser importante en la mar desde el siglo XVII (…). ¿Por qué no se han creado paraísos fiscales que generen grandes ingresos a nuestra hacienda en Ceuta o en Canarias? Somos unos acomplejados. Gibraltar, que más allá de ser un paraíso fiscal es una durísima competencia para los puertos españoles por los precios que ofrece en las operaciones portuarias, representa para Inglaterra una importante fuente de ingresos de los que no debe dar explicación alguna en lo relativo a su procedencia. Respecto a la pesca, y antes de entrar en mayores, lo primero que debemos o no, es decidir si aceptamos la existencia de una soberanía marítima gibraltareña; adelantándoles que nuestros pesqueros no es que gocen de muy buena reputación por esos mares de dios. Con una maestría de la que deberíamos aprender un poco, Londres no sólo ha sabido adaptar sino dar marco legal a sus posesiones de ultramar alejándolas del anacronismo colonia; dotándolas de un marco jurídico propio, y encorsetando a Gibraltar dentro de la UE pero fuera de su fisco. (…). La jugada revela el interés que Inglaterra le concede al asunto. La Roca cuenta con una constitución y un código marítimo ex profeso para servir sus fuertes intereses comerciales. La administración marítima gibraltareña y sus bufetes posiblemente son el más hábil binomio del mundillo marítimo; incluso contando con un registro propio de abanderamiento de buques. Su gobernador, el astuto Fabian Picardo, es otro producto formado y procedente de la elite universitaria inglesa e igualmente diseñado para defender los intereses británicos allende. Recientemente, acudimos a un espectáculo tan lamentable como manifiesto para saber dónde estamos nosotros; donde están ellos, y ver que seguimos haciendo el ridículo. Una quinta cadena populista mostraba un coloquio. Con objeto de discernir si Gibraltar puede tener aguas propias, el señor Picardo la retó a que España acudiese al tribunal internacional, y lo cierto es que muy posiblemente Gibraltar ganase sus aguas y hubiese que trazar una mediana en la bahía de Algeciras. La experta le insistía que el texto de Utrecht [en efecto] no cita la soberanía marítima. Y lo cierto es que en 1704 el derecho del mar se amparaba en lo que los británicos llaman shotgun rules (…). A día de hoy, Gibraltar, igual que Ceuta o Melilla, tiene una jurisdicción marítima claustrofóbica, encajada y limitada por la cercanía jurisdiccional española y marroquí. (…) Y es que desde la chapucera armada de Felipe II o Trafalgar no damos con ellos. A ver si los pillamos en la Eurocopa (…).

*Doctor en Historia y Evolución de la Navegación