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Hasta que los hijos nos separen

REBECA DÍAZ-BERNARDO | Santa Cruz de Tenerife

Hace unas semanas muchos de nosotros asistimos a alguna de esas ceremonias de graduación que actualmente se celebran en muchos colegios de enseñanza superior o directamente en institutos. A mí personalmente todo eso me parece una soberana chorrada más, importada de los Estados Unidos, junto con a Haloween y las tartas fondant, preciosas y cuajadas de machanguitos pero espantosas al paladar. Lo que más me llamó la atención fueron las caras de quienes asistían a esos eventos. No me refiero a los rostros expectantes, eufóricos y alegres de los adolescentes de 18 años que, supuestamente, a partir de ahora ingresan en el mundo adulto.

No. Me dio por fijarme en las caras de los padres de los graduados y, entre otras cosas, empecé a pensar en cuántas de esas parejas estarían juntas en unos cuatro o cinco años cuando los retoños terminen la universidad. Porque eso del síndrome del nido vacío parece que quema, mata y fastidia bastante y, sobre todo, en los últimos tiempos en los que los padres de alguien que tiene 18 años muy probablemente no rebasen los cuarenta y cinco. Es decir, eso que, últimamente, nos hartamos de repetir de que los 40 son los nuevos 20, y claro…. con los hijos en la universidad, ya está hecha la peor parte del trabajo de la crianza. Supongo que uno y una se plantean qué demonios haces junto a alguien que ya probablemente no te aporta mucho y en quien ya no se tienen que apoyar para criar nada que no sea un gato o un ficus, ¿verdad?

A pesar de los tiempos que corren, los muchachos estarán bien, probablemente en un colegio mayor y muy de película porque con los recortes y las becas miserables que están dando, muchos se tendrán que ir fuera de su Comunidad Autónoma e, incluso, de España y la cosa se americanizará aún más. Es decir, los pollos han crecido y se están buscando la vida y tú apenas tienes cuarenta y pocos años y un señor o señora ahí al lado con quien vives en una casa inusualmente grande y tremendamente tranquila. Una casa en la que hasta hace apenas un año había que coger número para ducharse o secarse el pelo y que ahora parece La Moncloa, llena de esquinas y muebles.
Una casa que compartes con alguien por quien tal vez sientas cariño, apego, costumbre, pero muy raramente amor y mucho menos deseo si no le has puesto bastante energía a esa relación en los últimos años. Y es entonces cuando muchas de estas parejas se divorcian. De hecho, la tasa de separaciones a partir de los primeros 20 años de matrimonio se ha incrementado en un 50% en los últimos tiempos, porque claro, el socio o socia que se necesitó durante los años de crianza de tus hijos, el apoyo que se tuvo para establecerse, trabajar y crecer como mujer u hombre en el competitivo mundo de los años 90 y principios del siglo XXI, ya no es el mismo tipo de persona que se va a necesitar en los próximos 40 o, incluso, 50 años de tu vida porque, siendo sinceros, es ahora cuando comenzamos una libertad de explorar nuevas pasiones y revitalizar las que perdimos cuando llegaron los hijos.

Ojo, no todo el mundo quiere niños. Muchas parejas sin hijos son felices, pero, sin embargo, muchas personas forman un nido o unidad familiar una vez que deciden traer hijos al mundo. Conozco muchos casos de parejas que conviven y que, después del tiempo, deciden firmar porque pretenden formar una familia, y según los expertos es porque en ese preciso instante decidimos dejar de correr riesgos y buscamos a alguien fiable y estable que esté dispuesto a contribuir con su parte de las tareas de cuidado de niños y del hogar, así como con las obligaciones financieras. Pero el mundo gira y la vida evoluciona del mismo modo que las personas, y la pareja que decidimos tomar como compañera en un momento dado para una parte de nuestra vida, no tiene por qué ser siempre la misma. Claro que la pregunta del millón podría ser por qué no podemos tenerlo todo, pero es que vivimos más tiempo que las generaciones anteriores y el “hasta que la muerte nos separe” puede significar 60 y hasta 70 años juntos en lugar de los 20 o 30 que solían ser antiguamente. Para aquellos que han encontrado a la persona con quien convivir la primera mitad de su vida, que no es poco porque hablamos de alguien a quien conociste con 20 años y con quien convives hasta los 45 o 50.

Puede ser muy duro romper una relación pero puede también ser de gran ayuda pensar de otro modo dándose cuenta de que no es un fracaso sino más bien el fin de una etapa y el cumplimiento de un objetivo.