bienmesabe >

Heterodoxia > Miguel L. Tejera Jordán

Cuenta Carmen Riera, académica de la RAE, en una entrevista que le hizo El País el pasado domingo, que uno de sus alumnos le preguntó cuál era el significado de la palabra heterodoxia. El periodista le pregunta entonces de qué curso de la ESO era su alumno. Y Carmen responde: “Era de cuarto de carrera, pero no lo ponga, porque me da mucha pena”.

Ciertamente, no puede dar otra cosa. Pena, mucha pena y rabia, que un estudiante universitario, de cuarto de carrera, de la carrera que sea, no sepa a semejantes alturas de su formación lo que significa heterodoxia. Imagino que tampoco sabrá lo que se entiende por ortodoxia. Y me da mucha pena que muchos jóvenes como el alumno de Riera no sepan qué es la heterodoxia, por más que acudan raudos a las concentraciones y acampadas del 15 M, manifestación colectiva de heterodoxia donde las haya. Pues, como algunos lectores sabrán, aunque a lo que se ve no todos, la heterodoxia consiste en ser crítico o contestatario con las normas al uso, generalmente aceptadas como válidas por una mayoría.

Se puede ser heterodoxo con las ideas religiosas, es decir, con las relacionadas con el espíritu; se puede serlo con la ideología política, con los convencionalismos sociales, el conocimiento científico o las manifestaciones literarias. Por ejemplo, yo me he vuelto heterodoxo con las normas generalmente aceptadas como válidas de esta democracia de pacotilla que se ha instalado en España, que no es otra cosa que una vulgar partitocracia en la que se turnan en el poder, para ejercerlo de modo casi omnímodo, dos grandes (por su tamaño) partidos políticos cortados por la misma tijera.

Convendrán conmigo que el PSOE ya no es un partido de izquierdas, ni tan siquiera progresista; y que el PP ya no es una fuerza política de derechas, sino una socialdemocracia conservadora, tan afín a los socialistas del PSOE, que sólo se distinguen por la rosa y por la gaviota. O por los pantalones de pana y la chaqueta y corbata. Hay una cosa que sí les une: el volumen de las cuentas corrientes de unos y otros.

Esta partitocracia de ineptos, llamados a sepultar la democracia para siempre, ya no me conmueven ni un ápice. Del mismo modo que tampoco lo hacen las restantes siglas de partidillos minoritarios, sean o no nacionalistas. De hecho, no me fío de ninguno de ellos, no pienso acudir a ningún otro mitin, no me voy a leer programas electorales que ellos son los primeros en incumplir y no pienso volver a darle mi voto a ninguna sigla, por mucho que me griten que son los mejores y que van a cambiar la forma de hacer las cosas en un país que se ilusionó con la transición. Y que ahora la añora visto lo visto, esto es, el desmadre institucional y la frenética e imparable corrupción que se ha adueñado de los despachos de quienes dicen velar por los intereses de nosotros, los ciudadanos.

Como muestra, un botón: dicen del Gobierno de Canarias que vigilarán a quienes suban los precios aprovechándose del incremento del IGIC, cuando al que hay que vigilar es al Gobierno de Canarias por subirnos el IGIC, porque cercenarán todavía más el escaso consumo, incrementarán el paro y llevarán a los canarios a la más completa ruina.

Ser heterodoxo con la ortodoxia de quienes nos gobiernan, por acá y por allá, debiera ser en estos instantes la primera obligación de un ciudadano. Otra gran obligación sería ir a votar en blanco para darle un vuelco al sistema.

Pondríamos candado a la lata del gofio…