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Inocencio Arias > Luis Ortega

Me acosté con Suárez y me levanté con Zapatero. El sumario revela el talante de un personaje singular, un diplomático de carrera que fue testigo de excepción y representante de un país que, con suerte y trompicones, protagonizó una transición excepcional de la dictadura a la democracia, al punto que “no lo reconoció, ni la madre que lo parió”, según frase feliz de Alfonso Guerra. Los presidentes y la diplomacia (Plaza y Janés, 2012) ha sido, según los libreros, una de las novedades más vendidas en la Feria santacrucera, que se extenderá hasta el próximo domingo. Para su autor, Inocencio Arias (1940), su cuarto libro lo obliga en un ejercicio de memoria personal y le aleja de cualquier tentación fabuladora. Si en su primera obra, Los tres mitos del Real Madrid (2002), se cuelga de la pasión de una marca legendaria en el mundo, “una fábrica de ilusiones” para aliviar las malas rachas y ensanchar las buenas, en Las confesiones de un diplomático (2006) y en La trastienda de la diplomacia (2010), sobre todo, puso en juego su inteligencia y su agudeza, todos los medios de su bien aprendido oficio, para hacer los retrataos, y las caricaturas, de los personajes que han construido o, por el contrario, y destruido, el ciclo que nos ha correspondido vivir. En las obras anteriores, abrió el objetivo a tipos de relieve planetario, a mitos creados por la necesidad y el marketing que, contra cualquier prejuicio personal, son iconos incontestables de la historia que tocamos. En este relato, que seguí como un libro de aventuras, con fondo de folclore en un miércoles festivo, aparecen cinco hombres de diverso talante, formación, capacidades y virtudes y, con laica caridad, todos salen bien tratados. Como en los manuales renacentistas, el culto almeriense enseña el método y encaja a los tipos en sus parámetros. Adolfo Suárez que, contra todos los agüeros, trajo la democracia; Leopoldo Calvo Sotelo, reivindicado con justicia por la gestión de las secuelas del 23-F y la adhesión a la OTAN, que transformó un ejército politizado y ensimismado en el gobierno interior; Felipe González, que nos puso en hora y promovió infraestructuras y servicios que nos integraron en Europa; y José María Aznar, primer presidente del PP, confiaron en Arias y acertaron. Rodríguez Zapatero se analiza desde una perspectiva más distante. Entre las consecuencias, la pequeña doctrina, una realidad a la que no podemos sustraernos: el necesario acercamiento de las posiciones partidarias en las relaciones exteriores, que ha sido una regla, con la errática excepción de la Guerra de Irak.