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En estas horas, todavía las ascuas y las cenizas de la víspera recuerdan, entre ritos, cantos, supersticiones y agüeros, la que la tradición -que no el calendario- califica como la noche más breve del año. Hace dos años pasé la víspera y la fiesta juanista en la Ciudad Eterna y cumplí, como un romano tradicional o un turista sensible con la inmemorial obligación de hacer cola en la capilla aneja a la iglesia de San Silvestre in Capite para ver y orar ante la cabeza del Bautista, profeta para cristianos, islamistas y seguidores de la fe la Fe Bahá i. La pieza momificada e iluminada por miles de velas recibe la visita de miles de personas que, en un par de horas, multiplican la asistencia al templo dedicado a San Silvestre Papa, el nombre que cierra el 31 de diciembre el santoral católico.

La preciada reliquia tiene réplicas, imitaciones y disputas en otros lugares de Italia y Europa. Pero también en el mundo musulmán, los preciados restos de este asceta y predicador -especialmente la cabeza- se disputan entre varias ciudades y mezquitas que no admiten, por las buenas, que los despojos del personaje reposen en la mezquita de los Omeya en Damasco, perfectamente señalada para los creyentes y para los visitantes. Hijo del anciano sacerdote Zacarías y de Isabel, que no estaba ya en edad de concebir, Juan fue pues primo de Jesús y el precursor del ciclo de gracia que sustituía para devolver la esperanza a la humanidad al periodo de justicia y rigor. Acaso porque es el primer santo de una religión recién nacida, acaso por la fortuna plástica de que disfruta – con el mártir Sebastián es acaso el más representado- Juan encarna, con más humana vehemencia, la renovación, el renacimiento y la actualización de la ley mosaica, la humanización del creador, cercano y conmovido por los errores y derivas de sus criaturas. Víctima de la conjura de Herodías, que no duda en entregar a Salomé a cambio de la vida del fustigador de la corrupción de Herodes, que temía y respetaba a la voz que clama en el desierto pero, pese a esos sentimientos, su deseo sexual era superior. En este 2012, necesitado como en el inicio cristiano de una plena renovación, recorrí las playas próximas y recordé los lugares del litoral donde las hogueras y el baño nocturno, devuelven al hito cristiano, unos viejos usos gentiles y un folclore secular que, con sabio criterio, el credo de Jesús, reinterpretado por sus primeros organizadores, vinculó a los solsticios.