V congreso de CC>

La penúltima oportunidad de CC

Paulino Rivero, junto a otros dirigentes de CC, durante un pasado congreso del partido. | DA

ALFONSO GONZÁLEZ JEREZ | Santa Cruz de Tenerife

El V Congreso Nacional de Coalición Canaria supondrá la eclosión de una crisis estructural de la federación nacionalista, aun si sus dirigentes consiguen enmascararla entre fanfarrias con un apaño más cosmético que quirúrgico. Coalición Canaria ha sido un proyecto político cuyo modelo organizacional y funcionamiento operativo ha derivado en un fracaso cada vez más evidente, pero, asombrosamente, asumido desde la indiferencia por sus máximos responsables. Lo importante ha sido simplemente ganar las elecciones -o conservar el poder a través de pactos gracias a la posición de centralidad que el sistema electoral ha otorgado a CC- y lo demás se ha tomado a beneficio de inventario.

Los principales responsables de la agonía de CC como fuerza política no son otros que los dirigentes de las fuerzas insulares que la integran: los gerifaltes que un día, entre 1992 y 1993, repararon en que sumando fuerzas y votos, y a través del magnífico invento de la triple paridad, podrían alcanzar y permanecer en el Gobierno autonómico durante una eterna primavera. Fueron ellos los que decretaron hace tres años la paralización indefinida de la unificación de organización, el vaciamiento premeditado de cualquier contenido político de la Presidencia de la federación, el regreso a los cantones insulares en la praxis política cotidiana. Son ellos -los mismos de siempre- los que han llevado a Coalición Canaria al borde del abismo de la insignificancia, a reducirse a una claqué cada vez más desfallecida del Gobierno autonómico y los gobiernos insulares, a una situación tal que es el partido el que parece que debe rendir cuentas al Gobierno coalicionero y no al contrario. La oligarquía partidista: los dueños del machito en La Palma, en Tenerife, en Gran Canaria y en Fuerteventura, sin excluir a tampoco, según su modo y manera, a la gerontocracia unipersonal que aun manda en El Hierro. Apenas una quincena de dirigentes: los que han reducido las funciones y estructuras regionales (o nacionales) de Coalición Canaria a una caricatura velozmente fosilizada. El hartazgo de militantes y cuadros -espoleado por las zozobras y heridas de la espeluznante recesión económica que se ha instalado en el Archipiélago- hacia una élite que lleva veinte años incrustada en las instituciones públicas, ha alcanzado su punto de hervor.

Por primera vez los delegados a un Congreso Nacional no son, mayoritaria y plenamente manipulables por los menceyes isleños y sus estratagemas de cooptación y control tradicionales. Desde variadas sensibilidades e intereses (fuertemente influidos por la situación de cada organización insular) los espíritus críticos coinciden en una demanda doble más o menos explícita: la democratización interna y el fortalecimiento de un discurso nacionalista que caracterice la acción política en el Gobierno, los cabildos y los ayuntamientos.

Una oligarquía blindada

La conocida ley de Hierro de las Oligarquías, formulada hace cerca de un siglo por Robert Michels en su análisis de los partidos de masas contemporáneos, no es de aplicación en Coalición Canaria. Según Michels todo partido tiende a producir una oligarquía cuya prioridad consiste en garantizar su propia supervivencia y controlar la dinámica de la organización, hasta reducirla a un instrumento de su autorreproducción y en un recurso para la brega electoral.

Pero CC no se oligarquizó con el tiempo: se estructuró reglamentariamente como una organización oligárquica desde un primer momento. La comisión ejecutiva nacional y el denominado comité permanente son órganos de dirección trufados por cargos públicos autonómicos y locales y por los presidentes de cada organización insular. Esta peculiar circunstancia dificulta tanto el trabajo en los órganos de dirección del partido como cualquier propósito de rendición de cuentas al mismo: los cargos públicos que dependen del presidente del Gobierno o del presidente insular que lo colocó en una lista electoral rara vez exigirá coherencia al Gobierno, criticará su gestión ni sugerirá siquiera el cumplimiento de las resoluciones congresuales. Son las élites insulares las que seleccionan a veces y preselecciona otras, casi sistemáticamente, a aquellos que representan a la militancia en los órganos de dirección y representación. Un mecanismo de cooptación poco menos que perfecto y que dificulta (por decirlo con suavidad) el debate y la crítica en el seno de la organización.

Los principales responsables de la agonía de CC como fuerza política no son otros que los dirigentes de las fuerzas insulares que la integran

Paradójicamente en la clave del éxito político-electoral de Coalición Canaria está su mayor escollo para desarrollarse como una fuerza política unitaria y dotada de garantías democráticas internas: el factor insular. Nunca ha dejado CC de ser una federación de fuerzas insulares y resulta difícil imaginar que lo deje de ser. A finales de los años noventa, un primer movimiento unificador -la confluencia de militantes de la izquierda nacionalista, los centristas y los de AIC- en una única organización insular resultó dificultoso y a veces conflictivo. Coalición Canaria hace honor a su nombre: sigue siendo un acuerdo fundamental entre siete fuerzas políticas que gozan de una amplia autonomía. Y esa autonomía, que se vigila celosamente, impide la consolidación de ningún modelo de dirección con suficiente legitimidad y eficacia operativa. Nadie ha dirigido jamás Coalición Canaria, ni siquiera el que fuera su presidente más activo y protagónico, Paulino Rivero.

Si la gestión de Rivero al frente de CC (1998-2006) se saldó con satisfacción general fue porque se preocupó en guardar un exquisito equilibrio y su proyección se ubicaba en las relaciones con el Gobierno español y en su condición de diputado primero y portavoz más delante de los nacionalistas canarios en el Congreso de los Diputados. Cuando Rivero alcanza la jefatura del Gobierno autonómico debe renunciar a la Presidencia del CC, pero a los menceyes no les basta, y en el IV Congreso, celebrado en 2008, deciden apartar de la misma a su sustituyo, José Torres Stinga, por considerarlo demasiado próximo y genuflexo a Rivero.

En realidad el IV Congreso de Coalición Canaria supuso un retroceso en cualquier proceso de unificación. Majoreros y palmeros, con el apoyo de Gran Canaria y la anuencia de Tenerife, retomaron el pleno control en la aprobación de todas las listas electorales y retiraron potestades a la Presidencia de Coalición Canaria, que fue ofrecida en holocausto a Claudina Morales, como un manojo de flores que se marchitaron en 24 horas.

A partir de entonces la degradación de la actividad política de Coalición Canaria se ha acentuado brutalmente. El partido -si se sigue admitiendo la metáfora de considerar a CC como un partido- se ha diluido en una nada barboteante. Nadie es capaz de recordar un solo pronunciamiento de la comisión ejecutiva nacional sobre algún asunto, sea enjundioso o insignificante. Nadie puede presentar un solo documento como producto del trabajo político de los órganos de dirección. Cuando se consigue escucharla, la presidenta, Claudina Morales, es un eco del eco del eco del Gobierno. En medio de una situación de emergencia económica y social excepcional -en una región que casi cuadruplica el porcentaje medio de desempleo de la UE- no se ha producido ni el más modesto conato de debate en el interior de Coalición Canaria.

El Gobierno (y especialmente su presidente) ha engullido todo el protagonismo político y todo el espacio social en un atracón que lo expone a la peor de las indigestiones. Un líder italiano (Togliatti) dijo una vez a sus compañeros del PCI que no olvidaran nunca que en el Gobierno o en los ayuntamientos se está de alquiler y que la casa auténtica es el partido. Pues bien: en CC ha madurado una cultura política perversa según la cual el Gobierno es el hogar sagrado y el partido un conjunto de habitaciones de alquiler más o menos menesterosas. En el caso de pérdida del poder autonómico es más que dudoso que CC pudiera resistir una travesía por el desierto en condiciones aceptables como la sufrida por CiU en Cataluña o la que todavía padece el PNV en el País Vasco.

El mecano de la crisis interna

La crisis emergente de Coalición está atravesada, a su vez, por la crisis abierta o solapada de varias de sus organizaciones insulares. La más discreta pero avanzada se localiza en La Palma. Durante décadas Antonio Castro Cordobez mantuvo un liderazgo incontestable al frente de API y CC. Pero Castro ya no controla completamente su organización y su autoridad está seriamente mermada. Demasiados años y demasiados errores en los últimos años y dos discípulos (Juan Ramón Hernández y José Luís Perestelo) decididos a jugar sus propias cartas. Algo similar ocurre en El Hierro: Tomás Padrón, retirado de la política institucional, se empecina en sucederse a sí mismo, aunque sea como reserva espiritual de AHI, mientras la mayor parte de los cargos públicos se muestran hartos de su eterna férula y sus rituales abandonos y regresos de Coalición. La situación de Tenerife es más compleja: un impulso de renovación animado por numerosos alcaldes que entienden que el tándem Paulino Rivero / Javier González Ortiz debe dejar paso inmediatamente a un nuevo equipo que prepare candidatos y estrategias para la cita electoral de 2015: tienen a Fernando Clavijo como a su principal referente. Entretanto CC ha desaparecido virtualmente de La Gomera -gracias a Víctor Chinea, quien, muy chistosamente, es secretario de Formación y Desarrollo Ideológico (sic) en la comisión ejecutiva nacional- y continúa dividida en varios reinos de taifas y fulanismos sublunares en Lanzarote.

Todas estas peripecias y desgarros internos influyen decididamente en los posicionamientos de los delegados del V Congreso Nacional y disparan las tensiones, las desconfianzas y la atomización de CC.

Pero quizás lo que más haya enfurecido a los comités locales es comprobar como, por enésima vez, la púrpura de la Presidencia de Coalición Canaria y las querellas, conspiraciones, presiones y amenazas para disputar el control de la organización -y en última instancia la candidatura presidencial de 2015- consume las horas y los esfuerzos de la vieja guardia. La perseverante insistencia de Paulino Rivero de encaramarse de nuevo en el poder orgánico -sin el cual sus opciones para encabezar el cartel electoral de las próximas elecciones autonómicas se reducirían drásticamente- ha enervado a muchos dentro y fuera de Tenerife. Y la ponencia ideológica urdida por José Miguel Ruano ha contribuido a esa soterrada irritación.

Las enmiendas a las ponencias que se debatirán congresualmente evidencian que las bases de CC no quieren moderar el nacionalismo, sino fortalecerlo, sin descartar en absoluto objetivos estratégicos soberanistas. Y entienden que el nuevo discurso, en una organización que debe comprometerse con una democratización interna real, reclama rostros y personalidades nuevas, verosímiles y coherentes. Puede que los dinosaurios coalicioneros logren domeñar la crítica y la insubordinación y consigan armar otro de sus compromisos internos, una nueva prórroga para el status quo, tres o cuatro años más de complaciente silencio y juegos de dados sobre la espalda de un proyecto nacionalista amortizado por el precio del poder y la supervivencia de sus élites. Pero será una victoria pírrica a las puertas de su penúltima oportunidad.