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Un destacado político herreño lamenta mi crítica al comportamiento de algunas autoridades que el martes último impidieron las operaciones de un barco de cabotaje, después de conocer que no tenía capacidad en bodega para trasladar desde Los Cristianos al puerto de La Estaca 15 camiones con diversos productos de abastecimiento. No comparto la queja de mi amable comunicante porque mi censura, con ojos de hoy, me parece benevolente: no se puede aceptar como algo normal que, en aras de una reivindicación, por aceptable que parezca, se interfiera el normal funcionamiento de cualquier actividad. Si quien así actúa es además un cargo público, habría que aplicarle la sentencia de Esopo: aquel que se decide a obrar injustamente, no debe tener defensa, aunque fuese justa. No me extraña por tanto que Naviera Armas siga adelante con su denuncia contra el grupo de 16 herreños que impidieron descargar al Volcán de Taburiente en La Estaca, accedieron luego al barco y viajaron sin billete hasta Tenerife. No se trata, a mi juicio, de un acto de piratería, ni tampoco de un motín, pero sí de una acción punible realizada por la fuerza y sin respetar las normas legales vigentes en materia de marina mercante. La descarga de mercancías y los horarios de la naviera sufrieron las consecuencias, y también se dañó a muchos viajeros al impedir su normal desembarco y dar pie a retrasos insuperables. Si todo esto no tiene importancia, ¿abrimos la veda para que cada cual, parados incluidos, haga lo que le venga en gana? Puedo entender la indignación y la frustración cuando falla el transporte, pero existen medios civilizados para resolver los conflictos. Desde la protesta ordenada y legítima a la queja al Diputado del Común y la interpelación parlamentaria. La solución a los problemas del transporte marítimo con El Hierro pasa, en cualquier caso, por atender las necesidades reales de la Isla. No es cuestión, como se ha dicho, de reclamar un barco diario porque a lo mejor basta con cuatro a la semana, o son seis los que requiere el adecuado abastecimiento de productos frescos y de otros artículos imprescindibles. Tampoco es cuestión menor el precio de la solidaridad, que debe ser justo y proporcional. Una isla periférica no puede pretender lo imposible o lo económicamente inviable, aunque, como es lógico, tiene perfecto derecho a exigir la solidaridad y la consideración de todos. Salvo el problema del martes y quizás alguna incidencia puntual, El Hierro no tiene razones objetivas para quejarse de falta de medios de transporte y de solidaridad. Su propia política de sostenibilidad no sería viable sin el aporte de las demás islas. En la cuestión de las comunicaciones marítimas, lo importante es declarar la obligación de servicio público y acordar rutas y horarios. Lo demás son ganas de enredar.