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Miedo y medio ambiente > Wladimiro Rodríguez Brito

El pasado día 5 de junio celebramos el Día Mundial del Medio Ambiente con actos públicos, buenas palabras y redactando notas de prensa bien intencionadas. Ese día debe ir mucho más allá de declaraciones y acciones afortunadas en la protección de esta o aquella especie: debe concienciarnos sobre nuestras obligaciones y nuestra dependencia total con el mundo que nos rodea. Es fundamental que tratemos con la máxima atención la relación del hombre con la naturaleza. La sociedad no debe ni puede estar alejada de lo que ocurre en nuestro medio natural; debemos armonizar nuestras actividades con ella, puesto que es ésta la que en el fondo nos permite desarrollar nuestras vidas.

El desarrollo de la actual sociedad de servicios ha implicado la reducción y marginación de la actividad agraria, de la vida rural, con la consiguiente expansión de las zonas forestales, acelerando cada vez más la expansión de la vida urbana. La sociedad cada vez está más alejada del campo, de nuestro entorno inmediato. Cada vez se valora menos lo local, lo de casa, lo pequeño; nuestra sociedad pone su atención en lo de fuera, en el consumismo y las modas. La tradición, el conocimiento empírico de nuestras generaciones pasadas, se pierde. El abuelo ya no es capaz de atraer al nieto con sus historias; la tele, internet, son el centro de atención.

Incluso los académicos dedicados al estudio de la naturaleza viven en ciudades en las que se infravalora las vivencias y el conocimiento del hombre del campo. Por otra parte, el campo no es rentable. Las importaciones de terceros países con precios con los que no se puede competir quitan más valor aún a la vida rural. Nuestras leyes también impiden el desarrollo agrario; las circunstancias sociales en las que se redactó gran parte de la legislación ambiental que hoy aplicamos no tuvieron en cuenta la convivencia entre la naturaleza y la población rural. El monte y el medio rural se gestionan con unas pautas urbanas sin flexibilidad ni diálogo con sus habitantes, los campesinos. Incluso los centros de gestión se alejan del campo; las casas forestales se vacían ya que los guardas tienen horario de ocho horas y un vehículo que los lleva desde su casa en la ciudad, con la consiguiente falta de contacto y dialogo con su entorno. Gracias a las nuevas tecnologías las decisiones sobre el monte se alejan; la fotografía aérea y los vehículos todoterreno permiten gestionar sin acercarse siquiera a los paisanos que lo habitan. No se tiene en cuenta la opinión, no se escucha a los que paradójicamente son los que viven más en contacto con la naturaleza; ignoramos los conocimientos, las vivencias y también ignoramos la complementariedad entre agricultura y monte.

Los bosques de nuestras islas han sobrevivido hasta la actualidad porque han sido de utilidad a los campesinos. En la desamortización del siglo XIX, fueron los campesinos los que se opusieron a la privatización de los montes, uniendo fuerzas a los ayuntamientos. Solo los municipios de Fasnia y Buenavista privatizaron sus montes.

Los planteamientos conservacionistas no pueden estar alejados de los hombres del campo basándose en rígidas categorizaciones del medio. La protección forestal, la paisajística, las líneas de separación entre los ámbitos de distintas administraciones complican y confunden a los usuarios del monte y a la propia administración.

Se rompen los aprovechamientos y los usos tradicionales sin diálogo ni comunicación con la gente del campo, sin tan siquiera compensarlos o indemnizarlos. Pongamos un ejemplo: un vecino de Llanito Perera en Icod de los Vinos pidió autorización para cultivar papas en su parcela de dos mil ochocientos metros cuadrados, con sus chamizos de madera y su aljibe subterráneo. Solicitó talar unos pinos que habían crecido en los años que estuvo sin cultivar y extender tierras para mejorar la existente. Una vez había sembrado sus papas le llegó una sanción equivalente a más de noventa mil kilos de papas, lo que es más de cincuenta años de cosecha. El motivo de ésta era la sorriba ilegal de la parcela, sorriba que consistió en extender dos camiones de tierra en su propiedad, y que las administraciones ni han expropiado ni comprado.

Con situaciones como la presente la vuelta al mundo rural se hace imposible en un territorio cargado de leyes y marcos de protección que ignora totalmente al hombre y su cultura. Los numerosos casos como el mencionado dejan en evidencia las leyes vigentes, que son agresivas hacia el hombre del campo e incluso con la naturaleza que pretende defender. Tenemos que rebobinar y volver a la gestión ambiental de antes; gracias al saber hacer que históricamente imperaba en nuestros montes contamos actualmente con una de las floras y faunas más ricas de Europa. Hagamos un marco legal sencillo, claro, y al servicio de los hombres y la naturaleza.

El miedo ambiente hay que desterrarlo del mundo rural. Necesitamos un pacto entre campesinos y resto de sectores sociales, tal y como se hace en otros lugares, como en Menorca. Se debe suspender mientras tanto la aplicación de sanciones según la legislación vigente, con el fin de redactar nuevas leyes que tengan en cuenta la complementariedad entre naturaleza y usos agrícolas.

Wladimiro Rodríguez Brito es Profesor de Geografía en la Universidad de La Laguna