Periodistas olvidados > Luis Alemany

No puede uno por menos de sentirse halagado por la reiterada preocupación del periódico tinerfeño El Día por conocer la identidad de aquel “menos que mediocre redactor” de ese diario, con el que encabecé mi breve discurso de recepción (por más que todavía no lo haya recibido: al menos en metálico) del Premio Canarias de Literatura de este año; aunque también es cierto que me siento un tanto decepcionado de que todavía no hayan accedido a su identidad, si nos remitimos a aquellas lúgubres fechas dictatoriales de referencia, en las que la totalidad de la redacción de ese diario era muy escasa, y todos -unos más y otros menos- pernoctaban en El Águila, el café de la acera de enfrente; aparte de que el proceso eliminatorio excluye de inmediato a gente como Luis Álvarez Cruz o Nijota, cuyas indiscutibles tallas culturales los hacen rigurosamente insospechables de ese exabrupto: les recomendaría uno que le preguntaran a Alvarito Castañeda, que entonces era un niño y hoy pasea su arrogante juventud octogenaria por las calles de la ciudad: seguro que él recuerda al pintoresco personaje, como lo recordaba (el también célebre periodista) Luis Ramos, que -hará cosa de más de treinta años- me contaba muy jugosas anécdotas suyas.

Me reitero -claro está- en la declaración que en aquel discurso hice de no revelar el nombre de esa persona “por piedad histórica”, y también por respeto a una sobrina suya -fallecida hace años- que era íntima amiga de mi familia; pese a lo cual no deja de seguirme sorprendiendo que los acuciantes inquiridores (¡ojo maquetistas, no confundir la ‘r’ con la ‘s’!) diarios no lo hayan averiguado; aunque -para ayudarlos- puedo comunicarles que era primo hermano de un héroe involucionista de la asonada bélica de 1936, y uno de los más directos descendientes de un ilustre prócer tinerfeño, que le dio clase de francés a mi padre y fue presidente de la Cámara de Comercio de Santa Cruz de Tenerife: blanco y en botella.

En cualquiera de los casos, no deja de resultar entrañable la recuperación agridulce (a este acuciante través) de una época, en la que -a pesar de todo- éramos más felices, tal vez porque no sabíamos que lo éramos: en aquellos angustiosos años, el hoy inquiridor periódico de la avenida Buenos Aires ostentaba orgullosamente en la portada el cangrejo del yugo y las flechas falangistas, que declaraba su humillante dependencia de la Prensa del Movimiento -a la que pertenecía- y lo dirigía un funcionario de camisa azul mahón llamado Rufo Gamazo, que precedió inmediatamente a Ernesto Salcedo, que también llegó aquí con una camisa del mismo color, pero fue quien (paradójica, precoz y eventualmente) lo democratizó, mientras que José Rodríguez -que hoy es director de ese diario- no sabía entonces aún lo que era un corondel y trabajaba como burócrata en una oficina de la calle Méndez Núñez, con mis amigos Enrique Lite, Adalberto Luque y Mario Herrera: la vida te da sorpresas.