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Valeriano Weyler, modelo de general civilista (y II) > Alfonso Soriano Benítez de Lugo

Con este título publicó el reconocido historiador y académico de la Real de la Historia, don Carlos Seco Serrano, un trabajo que se publicó en el Boletín de la Real Academia correspondiente a los meses de septiembre-diciembre de 1999, donde comenta los numerosos estudios -ensayos, conferencias, artículos- con que durante el año 1998 se conmemoró el centenario de la pérdida de la España de Ultramar, donde la imagen del general Weyler no pasó desapercibida contribuyendo a actualizar su figura personal y militar, “objeto en sus días de la enconada ofensiva propagandística impulsada por los norteamericanos -la prensa amarilla- y que todavía arrastra tras de sí mucho de esa leyenda negra que desvirtuó la verdadera imagen de don Valeriano. Una leyenda negra creada por los yanquis, pero asumida, en buena parte, por los críticos españoles de la crisis”.

La trayectoria militar de Weyler es de sobra conocida. A diferencia de la mayoría de los militares del siglo XIX siempre fue leal al Poder legítimamente constituido. Le sorprendió en Cuba la revolución de Septiembre de 1868 que destronó a Isabel II, así como la proclamación de la primera República el 11 de Febrero de 1873. Al ocurrir el pronunciamiento del general Martínez Campos en Sagunto, el 30 de diciembre de 1874, Weyler ostentaba el empleo de mariscal de campo, pero se negó a participar en el mismo. Igual sucedió años más tarde con la dictadura del general Primo de Rivera, de la que fue un decidido adversario lo que le ocasionó el cese en todos sus cargos. El aspecto más digno de admiración y elogio del general Weyler fue su civilismo a ultranza -esto es, como dice Seco Serrano- el desplazamiento de los militares como elementos decisorios en los cambios de gobierno.

Como dice el profesor Cardona en su libro Weyler. Nuestro hombre en La Habana, Weyler fue un jefe carismático, a quien sus hombres veneraban por sus dotes de mando y su valentía: “Jamás rehusaba el peligro; vivía, marchaba y combatía con ellos, comía su mismo rancho, dormía en el suelo y no toleraba que nadie, oficial o soldado, disfrutara de privilegios”. Después de celebrarse el primer centenario de la pérdida de Cuba en 1998, aparecieran multitud de escritos y libros de historiadores solventes reivindicando la figura de Weyler, y toda persona medianamente informada sabe que sobre el general se creó una leyenda negra: la del “monstruo” que diseñaron, para la posteridad, los medios periodísticos de los Estados Unidos -la prensa amarilla, las cadenas Hearst y Pulitzer-.

La realidad es que en 1896, siendo Cánovas del Castillo presidente del Consejo de Ministros, Weyler fue promovido para la capitanía general de Cuba, siendo entonces el general de más prestigio del Ejército español, con instrucciones precisas de acabar con la rebelión en la Isla de forma efectiva y rápida. Recordemos que mediante un eficacísimo sistema de guerrillas, la insurrección se había infiltrado en Cuba hasta el punto de estar amenazando ya a La Habana. Pero el problema estaba en el campo y allí fijó Weyler el sistema de trochas: líneas fortificadas que aislaban a los núcleos insurgentes al propio tiempo que concentraba la acción del Ejército sobre ellos. Era preciso privar a aquéllos de sus bases de aprovisionamiento y comunicaciones: la población campesina “colaboracionista” desde las aldeas, los bohíos, las plantaciones aisladas.

La concentración respondió a la feroz definición de la guerra hecha por los propios insurrectos. Maceo decía a sus compañeros que “hay de destruir, volar puentes, descarrilar trenes, quemar poblados, incendiar ingenios, arrasar siempre: aniquilar Cuba es vencer al enemigo”. Pero el acierto de esta política militar terminó al ser asesinado Cánovas el 8 de Agosto de 1897 sustituyéndole Sagasta, que por presiones de los Estados Unidos cesa a Weyler, cuando la insumisión estaba reducida a una pequeña zona de la parte oriental de la Isla.

Los que hablan desde la ignorancia deberían leer lo mucho que hay publicado sobre el particular. Por ejemplo a Julián Companys Monclús: “La prensa amarilla norteamericana en 1898”, donde se pone de manifiesto que los únicos diarios que tenían corresponsales en Cuba eran el World, el Journal, el Sun, y el Herald; es decir prensa amarilla o cercana a ella. Weyler retornó a España como un personaje en entredicho y le perseguiría ya para siempre el tópico plasmado en la contra-figura que le habían creado los medios de prensa yanqui, convencidos de que de haber continuado bajo su mando la guerra, la rebelión podría haber sido sofocada. Los infundios y calumnias contra el general se generalizaron: el “carnicero español”, “el más cruel y sanguinario general del mundo”, el “asesino”, el “monstruo del siglo”, hasta el punto de que, como dice Seco Serrano, es dudoso hallar otro extranjero que haya concitado tanto odio por parte de la nación norteamericana como Weyler.

Emilio de Diego (Weyler, de la leyenda a la historia, 1998) resalta que el rasgo que mejor define al general es la lealtad y Seco Serrano, en la obra citada afirma que Weyler “fue siempre leal al gobierno legítimo y defensor del poder civil frente al militar”. Y el general Hilario Martín Jiménez (Valeriano Weyler: de su vida y personalidad, 1998) dice que “Weyler fue de por vida un liberal convencido, que creía en la democracia y en la supremacía del poder civil sobre el militar”. El mismo Weyler en Memorias de un general, publicadas en 2004 por su hija María Teresa, desmintiendo su leyenda negra, dice: “Repugna a mi condición liberal, mantenida a lo largo de toda mi vida, el empleo de la violencia, especialmente contra pueblos que aspiran a su independencia”.

Don Valeriano Weyler fue honrado con las mayores distinciones. Además del Marquesado de Tenerife que le fue concedido por la Reina Regente el 12 de Octubre de 1887, el Rey Alfonso XIII lo hizo Duque de Rubí, con Grandeza de España, por Real Decreto de 5 de Julio de 1920, en premio a la victoria conseguida en las lomas de este nombre en Cuba en Octubre de 1896, y por Real Decreto de 24 de Mayo de 1913 le concedió el ingreso en la Insigne Orden del Toisón de Oro. Los máximos honores que puede conceder el Rey de España.

Estos títulos los ostentan hoy sus biznietos tinerfeños que llevan con orgullo el apellido Weyler, que viven y trabajan en Tenerife, casados con tinerfeñas y con hijos tinerfeños, lo que es un motivo más para que el pueblo de Tenerife recuerde al general que tanto hizo por nuestra Isla. Nosotros propondríamos que un retrato suyo se coloque en el Ayuntamiento, tal como se acordó en la sesión municipal de1879 y que es la parte del acuerdo municipal que queda por cumplir.
La ignorancia es muy atrevida. ¡Es preciso instruirse!