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Antidisturbios > Miguel L. Tejera Jordán

De aquí a muy poco tiempo los únicos que van a tener trabajo en España serán los componentes de los grupos antidisturbios de las fuerzas y cuerpos de la seguridad del Estado. Lo que quiero decir es que se están creando todas las condiciones y facilitando todos los argumentos para que se produzca un estallido social, probablemente de los más sonados de la historia contemporánea de España, descontados los que degeneraron en la guerra civil. Y créanme: no quiero ser agorero.

En realidad, me gustaría equivocarme, pero muy mucho me temo que los antidisturbios van a tener trabajo extra durante los próximos meses. Y lo que resulta aún peor: no sólo tendrán que emplearse a fondo en la calle sino que, seguramente, irán más allá del escudo, la pelota de goma o el bote de humo, para entrar en palabras mayores, en la sangre… En la sangre que ya corre por la cara de algunos mineros de las cuencas del carbón y en la que queda por derramar cuando el duendecillo dormido, que ha sido históricamente la comunidad española, despierte de su letargo y comience a dar cornadas, a diestro y siniestro, como hacen los toros en la querencia, cuando se sienten morir… Aquí, como todos sabemos, un matador de mala muerte, llamado Zapatero, envió a sus picadores y banderilleros a sangrar al morlaco hasta dejarlo sin resuello. Luego, ya casi exánime, el matador le hundió el estoque en el cuello, sin matarlo. Y hete que, de pronto, apareció un novillero novato, apellidado Rajoy, que está haciendo de pésimo matarife, rematando al astado en mitad del cráneo, en medio de los mismísimos cuernos. Y este toro se va a rebelar. ¡Vaya que se va a rebelar! Se ve venir. Lo siento y presiento. Y siento tener que sentirlo y decirlo. Pero no me queda otra alternativa. No sólo son los mineros del carbón, ni los imprecisos indignados -que ya se volverán más precisos, ya-. Es que están cinco millones y un largo pico de parados, muchos de los cuales ya no cobran prestación. Es que están otros millones de parados que sí cobran prestación, pero que ahora la verán recortada “para estimularles en la búsqueda de un empleo” (falta de respeto inconmensurable a los trabajadores y a la propia dignidad de los seres humanos donde las haya). Es que a ellos se suman 8 millones de pensionistas a quienes les congelan la paga y les imponen el copago farmacéutico. Y que ya hacen caceroladas delante de las consejerías de Salud. Es que hay millones de funcionarios de todas las administraciones que están hasta el gorro de que les bajen el sueldo, les aumenten las horas de trabajo y les quiten las pagas extra. Es que hay miles de profesores y maestros que van a volver a las aulas, en septiembre, de muy mala leche y con nulas ganas de enseñar a sus alumnos. Existen millares, cientos de miles de autónomos que están hasta el gorro y que se van a lanzar de cabeza a la economía sumergida. Y hay millares, cientos de millares de pequeños y medianos empresarios (clase media cada vez más proletarizada) que terminarán mandando a la mierda al PP y al PSOE, IU, UPyD y a toda porquería de sigla política que se ponga por delante. Con sinceridad, la gente ya mira con recelo a los soportales de los edificios públicos, en cuyos despachos se parapetan los mamones y mamonas que han arruinado España. Es verdad que hay gente sana metida en política, pero cada vez son menos. La gente de a pie ya da por sentado que la ladronicia está instalada por igual en gobiernos que en parlamentos, en sindicatos y en la judicatura. La gente comenta que la política hiede. Y es verdad que apesta. Aquí urge un vendaval de viento fresco. Y los molinos del viento sólo los podemos mover nosotros: ciudadanos atracados a mano armada por esta pléyade de salvajes incompetentes.