Ocurrió hace unos días. Desembarcaba en Gran Canaria un vuelo de Iberia procedente del Senegal. Entre el pasaje (unas 60 personas aproximadamente) la mayoría lo constituían empresarios y altos funcionarios senegaleses que habían planeado pasar sus vacaciones en el Archipiélago. El avión llegaba con mucho retraso y la actitud general era de cierto cansancio mezclado por el alivio de saber que por fin se pisaba el destino y el hotel estaba cerca. No contaban, por supuesto, con los funcionarios de la Policía Nacional en el control de fronteras. Dos individuos mal encarados que no disimularon una expresión de infinito fastidio en cuanto llegaron los pasajeros. Mientras ese par de policías taciturnos esperaban agazapados en sus garitas acristaladas, un tercero entró en la habitación pegando gritos: “¡A ver, cuidao, cuidao, cuidao..!” Era, exactamente, como si se dirigiese a un ganado renuente al orden, aunque el orden y el silencio eran casi perfectos. El policía chillón advirtió a los senegaleses de piel negra: “¡Y ustedes, pónganse en ese rincón! ¡Vamos, toos a ese rincón, vamos, leches!”. Los senegaleses se miraron unos a otros, atónitos, y su misma perplejidad, sin duda, les ayudó a agruparse en un rincón, jóvenes, matrimonios, niños. Pero los pasajeros de piel blanca también fueron objeto de delicadezas.
A los ciudadanos españoles se les manoseó el pasaporte durante minutos, pero lo peor llegó con los restantes. A un empresario libanés radicado en Senegal, que venía acompañado por su esposa e hijos, se le sometió a un cuestionario de varias preguntas, por supuesto, en español, a las que no pudo responder, porque el muy bruto solo sabía hablar, entre las lenguas europeas, inglés y francés. El empresario inició una tímida pero firme protesta que fue acallada con una nueva pregunta al borde del grito: “¡Money, money, money!”. ¿Cómo? ¿Le estaban pidiendo un soborno? ¿Esto era España? Otro pasajero se acercó y le explicó que le reclamaban que demostrase llevar encima 100 euros por persona. El libanés -que a buen seguro gana en un mes más que las dos bestezuelas uniformadas juntas en un año- sacó una tarjeta oro y la mostró. “¡No, no, no, money, money!”. Mientras la cola esperaba reunió todo el efectivo del que disponía en los bolsillos, unos 300 euros. “Bueno”, dijo el policía, “por esta vez pase, pero que no se repita”. El empresario salió furibundo por la puerta con los suyos. “Jamás volveré pisar esta cochina isla en mi vida”, musitó en perfecto francés. Los senegaleses negros tuvieron que ejercer la paciencia. Se tomaron casi una hora para dejarlos pasar, y finalmente recoger sus equipajes y salir al sol de nuestro eterno jardín de belleza sin par.
Canarias, plataforma tricontinental. Canarias y la imperiosa necesidad de fomentar las relaciones económicas, empresariales y turísticas con África. Canarias en la vanguardia de la industria turística internacional. Canarias tan urgentemente necesitada, en plena recesión económica, de ingresos, reservas, dinamización económica. Y de entrada, cuatro gritos, humillación y chulería analfabeta. Cancerberos muertos de hambre y resentimiento en las puertas del paraíso.