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Decretar la miseria> Luis Alemany

Mi amigo José Manuel Aldana, que es un magnífico guitarrista y timplista, y también un excelente jugador de ajedrez, cuando contemplaba una partida de escaques, llevada a cabo por jugadores indecisos, solía comentar socarronamente: “Es mejor un mal plan que ningún plan”, una brillante frase que no puede uno por menos de recordar, ante la torpeza del programa económico de Rajoy, a cuya vista no puede uno por menos de plantearse si sería posible hacerlo peor de cómo lo está haciendo; porque todas sus decisiones carecen del menor plan, limitándose a la servil supeditación a las inflexibles órdenes de la alemana Doña Angélica, que – según parece- le dicta cifras, fechas y disposiciones, que obedece sin saber muy bien cómo; porque tal vez lo peor a este respecto sea hacer disparates sin saber que lo son.

Uno es un profundo escéptico, que está convencido de que ninguna de estas medidas económicas va a servir para nada, y que dentro de dos años este país estará más empobrecido, más hambriento y más depauperado que hoy, pese a lo cual se incrementarán las medidas restrictivas que la Comunidad Económica decida, no por solidaridad, sino porque tal entidad necesita (al precio que sea) que España permanezca en la zona euro: una perspectiva de futuro que nos hace contemplar la disparatada actitud económica actual de Rajoy como una declaración de principios que estarán obligados a prolongar sus herederos, sean del partido que sean.

Posiblemente la guinda de la tarta de la torpeza de Rajoy haya sido la supresión de la paga extra de Navidad, porque eso determina un efecto dominó de imprevisibles consecuencias, que sólo un tonto puede ignorar; porque para un matrimonio de funcionarios -hay millones en el país- que ingresen conjuntamente tres mil euros largos al mes, la doble paga extra navideña (¿mil cuatrocientos, mil quinientos…?) supone la tranquilidad de incrementar la compra de las chucherías navideñas, de acudir -cada uno de ellos- a las comidas con sus compañeros, y de pagar aperitivos a los amigos en el bar de enfrente de la oficina los mediodías del 24, el 31 y algún que otro día significativo; de tal manera que la restricción de esos gastos (en millones y millones de pequeñas y medianas empresas) repercute acuciantemente sobre unos modestos negocios que -en consecuencia- no podrán pagar a sus proveedores, los cuales a su vez no podrán mantener su actividad económica: ¿es peor el remedio que la enfermedad?.