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El uso miserable de la muerte en la política > Gerardo Daniel Settecase

Cuando la muerte de un líder político se transforma, sin pruebas a la vista, en motivo para revolcarse en el estiércol por parte de fuerzas antagónicas, lo que tenemos a la vista es la degradación inconmensurable de la política. Y como quienes la ejercen se trasforman en miserables.

Miserable es el comportamiento de un Cayo Lara, que, despreciando la entidad internacional del fallecido líder de la oposición cubana Oswaldo Paya en un incidente de trafico, lo calificara solo como “un fallecido más de los muchos que se matan en las carreteras, y para nosotros no merece más comentario”. Nadie esperaba un panegírico a favor de Paya por parte de quien defiende a ultranza el régimen de los Castro. Pero sí, al menos, que acompañara en el dolor a la familia de Paya, que formó y formará parte de la historia política cubana. Más aún cuando Lara -es deseo ahora creer que lo hace con una falsedad propia de su miserabilidad política- inclina su cabeza ante el propio Rey de España, al que yo apostaría que quisiera cortársela. Pero miserable también es el comportamiento de aquellos que, sin pruebas a la vista, ya denuncian extraños vehículos en persecuciones cinematográficas, intentado desbarrancar el coche en que Oswaldo Paya y sus acompañantes se desplazaban por una carretera de Cuba, al mejor estilo de un capítulo de las series televisivas NCIS o CIS Miami; siendo también improcedente, y una miserable intromisión en asuntos internos, la solicitud de los datos de la investigación exigida por el Gobierno de España a Cuba, con respecto al suceso, tan solo porque en él participara un miembro del PP.

Ni que hablar de la conducta miserable del propio Gobierno cubano, que, tras ser dado de alta, procedió a interrogar a ese miembro del PP -a la sazón conductor del vehículo siniestrado-, Ángel Carromero, vicesecretario general de Nuevas Generaciones del PP en Madrid y consejero técnico del Ayuntamiento madrileño, como si se tratase de un espía del MI6 o la CIA. La mesura solo provino del escritor Carlos Alberto Montaner, presidente de la opositora Unión Liberal Cubana. “Los acontecimientos van a depender de lo que se sepa. Si fuera un asesinato de Estado, su muerte tendría consecuencias políticas muy serias. Sería un crimen muy costoso”. “Sea lo que sea, es una pérdida muy dura. Payá era la figura disidente de mayor peso interno y externo. Llevaba 20 años forjando su movimiento por todo el país. En la Primavera Negra de 2003, de los 75 disidentes detenidos, 42 eran de su movimiento. Eso da una dimensión de su implantación y del temor que le tenía el poder”. Restan las palabras. Solo adiós, don Oswaldo. Lo demás es un debate miserable.

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