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Doce años de ausencia y un regreso sorpresivo al poder generaron inquietudes en la oposición y en los propios votante del PRI. Sorbo a sorbo, unos y otros digieren la victoria de una formación política, crecida en los vicios de la soledad -gestión de espaldas a los intereses generales (Por el pueblo y sin el pueblo), abusos, corrupción, nepotismo y la chulesca convicción de eternidad en los cargos- y en la calma chicha de la ausencia o dispersión opositora. Enrique Peña Nieto (1966), gobernador del estado de México entre 2005 y 2011, fue el candidato presidencial por la coalición Compromiso, formada por el Partido Revolucionario Institucional -el enunciado le resultaba al incordio Unamuno como “una broma”- y el Partido Verde Ecologista. Los periodistas imparciales califican el resultado como una victoria inesperada del PRI y como una derrota, más dura de lo previsible del PAN, que fracasó en la rentabilización de sus tres mandatos; acaso porque centró la mayor parte de sus medios y esfuerzos en la represión del crimen organizado y el narcotráfico, con cincuenta mil muertos en los últimos cinco años. La obsesión de Calderón no dio, ni mucho menos, los resultados esperados, porque si bien la gente del común demanda estabilidad en el trabajo y seguridad en la vida diaria, también observa, con desencanto, que los distintos ejecutivos fueron incapaces de promover las reformas estructurales y los cambios sociales prometidos e incumplidos con reiteración. Porque mientras una minoría cualificada se beneficia de las exportaciones y la integración económica en el Tratado de Libre Comercio, la inmensa mayoría trabaja horas extras mal pagadas y tiene las peores perspectivas de progreso. Más de la mitad de los trabajadores ganan salarios por debajo de los catorce pesos diarios (poco más de diez euros). La principal preocupación de Peña Nieto es que “los mexicanos, incluso sus electores”, teman la vuelta del autoritarismo y, en todas sus comparecencias recuerda “su elección democrática, frente al tradicional dedazo” y que, además, “no tendrá, ni quiere, la concentración de poder que caracterizó otros periodos históricos”. Efectivamente carece de mayoría y tendrá que buscar acuerdos de amplia base, no sólo en el marco federal sino en algunos estados, abiertamente hostiles a la figura del joven mandatario; tendrá también, en actitud vigilante a las generaciones más radicales de estudiantes y trabajadores y a unos medios de comunicación que no están al servicio directo del poder sino que ejercen una valiente labor crítica contra las actividades criminales, la corrupción y los abusos de poder.