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En la grotesca parafernalia (de loas, homenajes y felicitaciones) suscitada, a lo largo de los últimos meses a causa de la concesión que recibió uno del Premio Canarias de Literatura de este año -porque los Premios Canarias no se ganan: se otorgan-, me resultó sumamente significativo observar enternecido que sólo tres, del largo centenar de congratuladores que me expresaron su solidaridad (un Premio Canarias no da para mucho más) felicitándome, lo hicieran a través de una carta, escrita -claro está- a mano: José-Antonio Pérez Alcalde, Jorge Rodríguez Padrón y Alberto Pizarro; porque tal común actitud epistolar remitía inequívocamente a una cultura literaria periclitante, cuando no definitivamente periclitada, a instancias imperiosas de una cibernética deshumanizadora que borra fríamente las huellas comunicativas de los mensajes: quizás una cultura en vías de extinción, pero a la que uno pertenece de manera inequívoca, aunque cada vez le resulte más difícil llevarla a cabo, desde los acuciantes imperativos tecnológicos.

Tal vez, ya desde la nostalgia irrecuperable, uno se considera un epistolómano irredento, que acumula centenares -¿tal vez miles?- de cartas enviadas y recibidas de docenas de amigos, que forman ya parte -para bien o para mal- de la Historia de Canarias, de la Historia de España, de la Historia: a través de cuyo recorrido (de más de 20 años) se le puede tomar el pulso a la realidad envolvente del momento en el que se escribieron y se leyeron, y que -por supuesto- no posee otra entidad que el subjetivo punto de vista de quien escribió, bajo los lícitos (¿tal vez ilícitos?) condicionamientos del enfado, la arbitrariedad o el resentimiento del diálogo amistoso; porque mi archivo epistolar se enriquece (?) con la circunstancia de que -desde 1970- guardé copia mecanografiada (a través del papel carbón: ¿alguien se acuerda de eso?) de todas las cartas enviadas; de tal manera que la reconstrucción del diálogo se mantiene latente.

Posiblemente mi interlocutor epistolar más asiduo haya sido Jorge Rodríguez Padrón, en nuestros frecuentes desencuentros geográficos, aunque hayan sido muchas las personalidades insulares, nacionales e internacionales que se pasean por un largo epistolario que forma parte, por derecho propio (como estas 2.000 columnas de opinión), de una biografía que no necesito escribir porque ya está escrita a través de ambos medios.