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Cuarenta y un años después de su muerte, reconstruimos tras una conversación con el antiguo matador -que compartió cartel con Antonio Millán y el desgraciado Mata- la rota biografía del único torero nacido en La Palma. Mezclamos sus palabras y opiniones y los recuerdos personales de sus estancias en La Palma y los encuentros patrocinados por Pedro Cobiella. Ceballos recuerda con afecto y admiración-“El canario era un gran torero, al que se le negaron (como a tantos otros) muchas oportunidades; dominaba todas las suertes y no se arrugaba nunca”. En un mundo tan difícil y endogámico como el toreo, los padrinos son fundamentales y José Mata García (1939-1971), por no tener, no tuvo ni siquiera un apoderado que conociera la trastienda de este negocio tan duro y difícil para quien lo sufre. Alumno de la escuela caraqueña de los hermanos Girón, debutó con picadores en junio de 1960 en Orduña; dos años después debutó como novillero en Madrid. En agosto de 1965, en Benidorm, tomó la alternativa de manos de Manuel Benítez y con Manuel Herrero de testigo; toreó con asiduidad en el sur de Francia, y el 12 de octubre de ese mismo año se doctoró apadrinado por Andrés Vázquez y con Enrique Trujillo de testigo. “Fue un tirero valiente, con buen estilo, que tuvo poca fortuna en esta profesión, porque pasó casi desapercibido en una carrera plagada de cornadas e infortunios”, nos dijo poco después de su desaoarición Marivi Romero. La fecha fatídica la marcó el 25 de julio de 1971, cuando -en sustitución de una ausencia de última hora- acudió por segunda vez a Villanueva de los Infantes, un pueblo manchego famoso porque allí falleció en duras condiciones de destierro Francisco de Quevedo. En la misma plaza que estrenó, mano a mano con Victoriano Valencia, en el verano de 1967, cuatro años más tarde Pepe Mata recibió la cornada mortal de un toro incómodo y esquivo llamado Cascabel, de la vacada de Luis Frías. La rotura de la femoral y la falta de medios técnicos en el recinto manchego condujeron al fatal desenlace. Unos días antes del treinta y cinco aniversario del suceso, contemplo la escultura en su honor, releo la placa de gres que evoca la inauguración y recuerdo unas impresionantes imágenes de El Ruedo, donde el atáud del maestro palmero hizo el último paseíllo por Las Ventas, donde una tarde en busca de gloria se encerró con seis toros de una ganadería salmantina.