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‘Hikikomoris’, el mundo entre cuatro paredes

Los jóvenes afectados por esta compleja patología suelen relacionarse sólo a través de la Red. | DA

JOSÉ LUIS CÁMARA | Santa Cruz de Tenerife

Marco -nombre ficticio dado para preservar su identidad- tiene 17 años. Desde hace más de nueve meses su vida transcurre entre las cuatro paredes de su habitación. Comiendo lo imprescindible y sin apenas contacto con sus padres ni sus hermanos, sólo Internet y las redes sociales lo mantienen enganchado a un mundo del que reniega.

Su historia, cada vez más frecuente, se ha convertido en un complejo fenómeno en países como Japón, donde a los jóvenes como Marco se les denomina hikikomori. Se trata de chicos, generalmente de entre 16 y 20 años que voluntariamente deciden recluirse en su cuarto, donde rehacen su propio universo y rechazan prácticamente toda interacción social.

Aunque se trata de un fenómeno cada más usual en nuestro país (donde esta patología se denomina síndrome de la llave cerrada), no es fácil cuantificar la cifra de hikikomoris que hay en las Islas, explica a este diario Marta Dávila de León, fiscal de la Sección de Menores de la Fiscalía de Santa Cruz de Tenerife.

Junto a la Dirección General del Menor y la Familia del Gobierno canario, la Fiscalía tiene controlados al menos media docena de casos de este tipo en la Isla, “chicos que están sujetos a alguna medida de tipo judicial”. “No obstante, “expone la fiscal, “hemos observado una gran cantidad de jóvenes que tienen un consumo excesivo de nuevas tecnologías, lo que hace que posean menos habilidades sociales, lo que en el futuro puede provocar que se les abra un expediente de reforma”.

Rodeados de su playstation, sus videojuegos e Internet, los hikikomori invierten su modo de vida durmiendo por el día y viviendo en su refugio por la noche, lejos de todo. Pueden quedarse así durante meses o incluso años, y adoptar comportamientos depresivos o agresivos. “Es una problemática difícil de detectar, porque en la mayor parte de los casos los chicos manipulan la información que nos llega”, denota Marta Dávila de León, que relata el caso de una chica que se inventó un supuesto caso de acoso escolar para no ir a clase, y así poder estar todo el día en casa, encerrada en su cuarto, conectada a Internet. “Los padres tardaron mucho tiempo en darse cuenta, y fue el instituto quien denunció el caso a la Dirección del Menor”.

Para la fiscal, muchos de los casos que llegan hasta la Fiscalía proceden de investigaciones policiales por grooming (acoso a menores en la Red), coacciones, bullying (acoso escolar), etc. “No sólo hay que tener un cierto control sobre el tiempo que los chicos usan las nuevas tecnologías, sino a qué páginas acceden o con quién se relacionan en las redes sociales”, explica Marta Dávila, que recuerda que “las situaciones de abuso de estos elementos suelen ser patológicas, porque llegan a un punto tal que el chico no sabe relacionarse ni interactuar con los demás.

En la Sección de Menores de la Fiscalía de Santa Cruz de Tenerife existen varios centenares de expedientes de menores en reforma, “donde las amenazas, insultos, coacciones, etc, vienen a través de los chats, Facebook, Tuenti u otras comunidades de este tipo”, recalca la fiscal.
A diferencia de otras sociedades, la japonesa tiene serios problemas a la hora de abordar el problema social de los hikikomori, que crece de forma alarmante. No en vano, en la actualidad el gobierno nipón estima que más de 6.000 jóvenes viven recluidos, aunque algunos psiquiatras se aventuran a identificar a más de 100.000.

“En países como España no llegamos a cifras tan alarmantes, aunque si no se fomenta el uso responsable de las nuevas tecnologías y se conciencia a los padres, aumentarán los casos de este tipo en los próximos años, porque ahora prácticamente todo el mundo tiene en su casa un portátil o un móvil con conexión a Internet”, arguye Marta Dávila de León, que denota que también hay muchos chicos que acuden a los ciber o a casas de amigos para conectarse. “Tienen acceso a muchos contenidos, y es muy complicado limitar ese acceso a la Red”.

Tras un año de intenso trabajo con un psiquiatra, Marco ha vuelto al instituto, ha recuperado la relación con sus compañeros y apenas usa el móvil. El ordenador reposa encima del escritorio, y sólo lo enciende cuando necesita buscar información para hacer las tareas.

Su habitación ha vuelto a abrirse al mundo, el espacio al que antes renunciaba, que de nuevo lo recibe con los brazos abiertos. “Todos los casos son salvables”, concluye la fiscal Marta Dávila de León.

[apunte]Un complejo proceso de reinserción social

J. L. C. | S/C de Tenerife
En Japón existen centros dedicados a reintegrar a los hikikomori en la sociedad, residencias con habitaciones compartidas con otros afectados, donde reaprenden habilidades sociales y comunicativas, participan en programas de voluntariado o acuden semanalmente a cenas que imitan el ambiente de una cafetería universitaria. La reinserción de estos chicos, como expone la psicóloga Pilar Cruz, no es nada fácil, ya que “los colegios, los asistentes y los mismos padres se limitan a respetar su aislamiento y a esperar que el afectado tome por sí solo la decisión de volver a integrarse en la sociedad, sin ofrecerles otra alternativa o intervenir de cualquier forma”.

Para Cruz, que pertenece al equipo técnico de la Fiscalía de Menores de Santa Cruz de Tenerife, “las pautas de tratamiento de una adicción a las nuevas tecnologías suelen consistir en la retirada del material electrónico, como el ordenador, el móvil, la consola, etc. Ello, en ocasiones, provoca conflictos de los menores con sus familias, porque la mayoría se niega, o bien los propios padres no están de acuerdo con estas medidas, especialmente en los casos de padres separados”. “En España, la presión sobre los jóvenes es también muy fuerte, pero no parece probable que lleve a un fenómeno como el de los hikikomori”, expone Pilar Cruz, que insiste en que “con una intervención adecuada, cualquier chico con un problema así puede reintegrarse en la sociedad y normalizarse”, afirma.[/apunte]