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Inmoral e injusta

Una semana más, todos los datos económicos y financieros y la mayoría de las informaciones han dado otra vuelta de tuerca a una situación de crisis que parece no tener límites. Los terroríficos datos del paro aportados por la Encuesta de Población Activa (EPA) respecto al segundo trimestre del año -que suele ser más propicio para la contratación en España- vinieron el viernes a poner un clavo más sobre un metafórico ataúd que ya no solo amenaza con enterrar la economía, sino la moral y las expectativas de futuro, sobre todo, de los más jóvenes. La solución a esta especie de ocaso del estado de bienestar está comenzando a convertirse en una utopía y todos los intentos para salir del túnel parecen oscurecerlo aún más.

La ciudadanía no entiende y, lo que es peor, no cree que las acciones del Gobierno de Rajoy -subidas de impuestos, recortes en servicios y llamadas al esfuerzo y la austeridad- estén encaminadas a mejorar sus vidas; todo lo contrario, se ha extendido la idea de que, poco más o menos, se trata de un modelo para beneficiar a no se sabe qué intereses -el indefinido mercado, apuntan los argumentos más razonados- o que son una venganza, como dicen ciertas voces del mundo de la cultura que atisban en la subida del IVA al sector una revancha del Partido Popular tras el fenómeno del no a la guerra y los ataques a las políticas de los populares. Entre esos extremos que van de lo intangible a lo chusco buscamos un enorme callejón, de momento sin salida, intentando guarecernos de la tormenta perfecta. Las evidentes condiciones draconianas impuestas por los socios europeos para inyectar dinero en los mal gestionados bancos y, sobre todo, cajas de ahorros españolas, han obligado a Rajoy y a los suyos a traicionarse a sí mismos, a incumplir todo tipo de promesas y agarrarse al clavo ardiendo de la herencia socialista como justificación patria de tanta contradicción. Ahora bien, esa melodía del pasado ya está descompasada y, además, todo lo que hacen los gobiernos no surte efecto y el vecino, el español de a pie, comienza ya no a rebelarse, sino a claudicar, y una sociedad rendida está abocada al fracaso y, lo que es más peligroso, al caos.

Tampoco ayuda a los ciudadanos entender cómo funcionan en estos momentos los mecanismos que marcan el devenir de nuestra economía, cuando una simple frase, unos cuantos fonemas emitidos al mundo por una persona, en este caso, Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, cambian en segundos el comportamiento de la bolsa y reduce la ya manida prima de riesgo española. En concreto, el enunciado de tan magnas palabras -a tenor de sus efectos- fue: “Haremos todo lo necesario para salvar el euro y, créanme, será suficiente”. En un universo tan complejo de balances, cuentas de resultados, dividendos, créditos, diferenciales y demás vocabulario que hemos añadido a nuestra cotidianidad en los últimos tiempos, es más que curioso que lo que lo cambia todo -repunte del IBEX el 6% y bajada de 50 puntos de la prima de riesgo- esté basado en una vaguedad como “todo lo necesario” y en una llamada a la fe, “créanme, será suficiente”.

Más allá de la reveladora anécdota -tras las palabras de Draghi esperamos que haya algo más consistente que un discurso-, lo que nos asusta es la volatilidad, la fragilidad y los bandazos en los que se ve envuelto el futuro de miles de familias en nuestra tierra. Porque, por desgracia, parece que el estado de bienestar está, en estos momentos, a expensas de algunos juegos de palabras; algo que solo nos conduce a pensar que mucho se está errando en las soluciones y en los diagnósticos y que, en el fondo, se trata de una situación inmoral e injusta.