LA ÚLTIMA (COLUMNA) > Jorge Bethencourt

La insoportable levedad del ser > Jorge Bethencourt

A veces escucho que el nacionalismo es una enfermedad que se cura viajando. Me parece una estupidez bien formulada. Cuando uno viaja lo que se encuentra, precisamente, es el nacionalismo. Por todas partes. Cada frontera que cruzas, cada país que visitas, es la expresión política de nacionalismos. El virus nacionalista afecta por igual a todos los cuerpos. Las discusiones entre nacionalistas españoles y catalanes, por ejemplo, se basan en la confrontación de valores similares. Se reivindican lenguas, historia, banderas y culturas como si en vez de ser complementarias fueran antagónicas. Todo se resume en que los Estados se mantienen por la fuerza de las leyes y la coacción de la fuerza. Y que se resisten a la disgregación de la misma manera que a uno le molestaría en sobremanera que le amputaran una mano. Cuando entiendes, por tanto, que toda la palabrería de unos y otros no hace más que repetir la misma milonga, te quedas con otro sentimiento más básico que es como un patriotismo de maceta. El de pertenecer a un pequeño lugar donde se hunden tus raíces aunque tu mundo es todo aquello a donde han llegado tus ojos y tus hojas a lo largo de la vida. Y aquí estoy, en mi maceta, siguiendo atentamente la búsqueda de los dos niños desaparecidos en Córdoba en octubre del año pasado. Los grandes medios de difusión, las fuerzas del orden, los juzgados, hacen despliegues sobre la búsqueda desesperada de los dos críos en diversas fincas propiedades de la familia. Como tiene que ser, claro. Como se buscó el cadáver de la joven asesinada en Sevilla. Con un despliegue espectacular de medios técnicos y humanos. Y veo al padre de los niños, detenido, en una reconstrucción de los hechos. Una más. E incluso observo nuevas noticias sobre el caso de otra niña, Madeleine, desaparecida hace años en Portugal, de la que surgen nuevas noticias. Y entonces se me empieza a revolver la tierra de la pequeña maceta. Porque recuerdo, en contraste, el silencio en que han caído las frases de las pomposas autoridades diciendo que los niños desaparecidos en Canarias no están olvidados. Aunque se haya querido dar carpetazo oficial al asunto. Aunque ya nadie hable de ello. Se sigue trabajando, dicen, silenciosa y eficazmente en los casos. Pero uno solo escucha el silencio. Y siento que en eso sí que soy un habitante idiota de un país extraño, distinto, peor, de siete riscos olvidados en el mar, donde algunas cosas y algunos casos pesan menos que en otros lugares. La insoportable levedad de ser canario. No es nacionalismo. Es simple melancolía.