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¿Niño o tumor inteligente?> Carmelo J. Pérez Hernández

De preguntas últimas va hoy la cosa. Está claro que es posible construir un edificio teórico que avale un presunto derecho a hacer con el propio cuerpo lo que a uno le venga en gana. Otra cosa serán las consecuencias que se deduzcan de esta lógica perversa que supone entenderse a uno mismo como el principio y el fin del universo. Pero allá cada uno con sus egoísmos. Dicho esto, opino que semejante omnipotencia sobrevenida no incluye en modo alguno la capacidad para decidir sobre la vida o la muerte de otro ser humano.

Sí. Me refiero al aborto. Y más concretamente a la reforma legal que prepara el Gobierno de España y que incluirá, al parecer, la desaparición de la malformación del feto como argumento para deshacerse de una criatura no nacida. El supuesto más abundante, es evidente, será el de la prohibición de abortar a un niño con síndrome de Down.

No es santo de mi devoción, pero comparto la argumentación del ministro Ruíz-Gallardón, el responsable de la cosa: “No entiendo que se desproteja al concebido, permitiendo el aborto por el hecho de que tenga alguna minusvalía o malformación. Quien carece de alguna de las capacidades que tiene el resto de los concebidos merece el mismo nivel de protección”.

Absolutamente de acuerdo. Me consta que ninguna mujer ha tenido nunca en su vientre un tumor inteligente. Ergo, lo que lleva en su seno es un ser humano, aunque la ciencia nos permita saber antes de verle amanecer que acampará entre nosotros con algún problema físico o psíquico. Que será distinto. No me refiero a si esa familia en concreto podrá o no atenderle. No hablo de su presunto sufrimiento en vida. No me refiero a los traumas que su llegada podría ocasionar a la estabilidad presupuestada por sus progenitores. No ataco el manido, aburrido e incoherente Nosotras parimos, nosotras decidimos. No escribo hoy sobre conveniencias y circunstancias, sino sobre lo esencial: lo radicalmente sobrecogedor es que tenemos en nuestras manos la capacidad médica de deshacernos de un ser humano casi con la misma facilidad, e incluso más rápidamente, que lo que tardaron en extirparme a mí unas verrugas del afeitado que me salieron hace unos años (proceso largo y doloroso, les advierto).

Creo que una sociedad debe pensárselo dos veces, o mil millones de veces, antes de determinar que la vida es solamente un derecho más. La vida humana no es un derecho, es la base de todos los derechos. Por tanto, no puede ser afectada, mediatizada, matizada o argumentada con la misma soltura con la que se decide que hoy sí y mañana no habrá paga extra de Navidad.

No creo que nadie busque a estas alturas de la película que una mujer acabe en la cárcel por este tema. No hablamos de penas, sino de grandezas. Hablamos de la vida, ese frágil líquido que corre entre nuestras manos sin que tengamos la posibilidad de retenerlo. Tratarlo como si fuera cualquier cosa es comparable a desperdiciar en el desierto la última gota de agua, el último aliento para seguir estando. Nos hemos acostumbrado a esconder nuestros miedos tras palabras vacías y legislaciones de conveniencia improvisadas. Tenemos miedo al que es distinto, al que llega a destiempo, al que no entraba en nuestros planes. Habrá que superar esos temores y abrir la puerta al que llega si queremos seguir llamándonos humanos.

Propongo proteger a las mujeres y luchar contra el aborto. Darle una oportunidad al que no puede alzar su voz. ¿No habíamos quedado en que proteger la vida era lo moderno?
@karmelojph