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¡Zapatero, dimisión! > Domingo-Luis Hernández

Me contó un amigo cierta vez que en Italia, su país, se puso de moda a finales de los 90 una práctica periodística singular. Consistía en proponer análisis políticos retrospectivos. Así, un suceso de (pongamos) hacía diez años se juzgaba como si hubiera ocurrido ayer. El político elegido sufría la ignominia del periodista en cuestión sin que este corriera peligro, porque siempre acertaba. Me pareció única esa maniobra del ingenio. Creí que una cosa tal jamás se tendría en cuenta en un mundo más o menos razonable. Me equivoqué. No porque el mundo ahora sea menos razonable que el de hace veinte años; lo es porque el discurso político de la actualidad es tan grotesco y aberrante que da pavor. De dónde, convengamos.

Primero. Pongamos que se institucionalice en este país lo que alguna vez ya se ha discutido: que una cosa son las campañas electorales y otra es la actuación en el gobierno. Tanto que si el partido equis se desdice de cada una de las promesas programadas (miércoles, 11 de julio, el culmen) no se tiene el asunto por mentira. Ningún mecanismo que lo repare se instituye. Quiero decir, no es fraude; es argucia, es buen ardid de los susodichos, tanto que, pese a ello, la legitimidad de su mayoría absoluta es incuestionable.

Segundo. Pongamos que el partido tal es tan bueno en los manejos de gobierno que deja a quien sucedió en la más profunda de las miserias. Tanto que por la eficacia que muestran no es reprobable el que no den en el clavo con los presupuestos generales del Estado, ni por asomo, y los anden corrigiendo como locos desde la semana siguiente de presentarlos. Luego, como Europa es quien es, y dado que de lo que ocurre ellos no tienen la culpa, les echará una mano en los próximos, no vaya a ser que se fastidie el euro para lo que nos resta de vida y la fractura de España con el norte sea tan vasta que en vez de cruzar los Pirineos en transporte terrestre hayamos de cruzarlo en ferry, como de Tenerife a Las Palmas o de Copenhague a Malmö.

Tercero. Pongamos que es perentorio para el Gobierno actual tener activa la cartera con el dinero directo que se le resta a los trabajadores con nómina, a los funcionarios (plaga donde las haya en este planeta, que ni con foferno se extingue, de ahí que la paga de Navidad…), a los parados y no a las grandes fortunas, o a los activos consolidados, que esos ponen empleos. De donde el gobierno no se excusa; se explica. Así procedió en ministro Montoro, que adujo la subida del IVA porque muchos no pagan, y por ello los que pagan deben doblar el esfuerzo, para compensar. De lo cual y de las medidas aprobadas el miércoles pasado se deduce lo que las cifras cantan, sin considerar la insoslayable retracción del consumo por ellas, por las necesarias: unos 65.000 millones previstos de ahorro en dos años y medio (no más de 45.000, cuentan los que saben) frente a los 90.000 de fraude o a los 98.000 de evasión de capital, es decir, 188.000 millones al canto más los 28.000 por los intereses de la deuda, y ni por ahí te pudras. O lo que es lo mismo, política económica admirable que tiene a la pobre Europa en un decir, con sopitas de pollo para calmarse. Ni equidad ni suficiencia presupuestaria, dicen los expertos; más un país que necesita que le presten dinero y no se lo dan ni siquiera al 7%. ¿Resultado?: España al borde de la banca rota, es decir, en intervención factual. Y todo a causa de un gobierno anterior de triste recuerdo, que ellos no lo sabían hasta que llegaron a la Moncloa y se encontraron con lo que se encontraron. Pero eso, sin duda se va a enderezar. Porque la política económica que nos desvela es de derechas, y ellos lo son. Luego, lo dicho quedó dicho, campaña pública contra los dos puntos del IVA que el PSOE subió, y subida de impuestos aunque les duela, y funcionarios en un punto de cocción que hasta da lástima, etc. Y es que la prima de riesgo a 350 era Zapatero; a 570 también. Rajoy, pues, en su punto. Y por esa vía, las noticias verdaderas sobre España las cuenta la BBC, como en épocas de Franco. O cuando el ínclito Durão Barroso corrige, no vaya a ser. De modo que lo que se avecina no ha de ser calamitoso, según el gobierno español, aunque el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, tenga razón, y el asunto no sólo sea que España llore como Balotelli cuando perdió la Eurocopa sino que se vaya del campo enfurecido porque no triunfa o monte una juerga descomunal cual es su uso y se nos ponga fuera de registro y sin compensación. Así es que o Europa se dedica como Mariano Rajoy le exige, la Merkel llama a capítulo a Draghi para lo que tenga a bien (compra de activos por un tubo), se le devuelva la representación perdida en el Banco Central Europeo o volvemos al principio, que es lo consecuente: ¡Zapatero, dimisión!

Razonable. El presidente que fue debe cargar con lo que se ganó a pulso: sufrir la ignominia del repudio aunque sea a tiempo pasado. Porque no está bien que él sea feliz mientras el gobierno sufre como sufre por su ineficacia, país al borde del abismo que nos dejó. Y si se tercia, que sea expulsado del gimnasio, que no sea admitido en carrera alguna de medio fondo, incluso que no se atienda a las reservas del restaurante de su devoción.

No se lo merece, y el rigor es el rigor.