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Cooperantes > Juan Carlos Acosta

Las circunstancias de todo lo que ocurre con los saharauis son siempre demasiado complicadas para enfocarlas desde las Islas, tan cercanas. A los canarios nos duele en el alma y nos atemoriza el abandono infame que hace más de 35 años infringió el régimen franquista, ya en sus últimos estertores, a un pueblo que ejercía de nación hermana y que compartía con el Archipiélago los mismos anhelos y expectativas del resto de las regiones hispanas de ultramar. Además, hemos asistido a una prolongada guerra, dramática en muchos de sus episodios, y a un posterior aislamiento de una causa apoyada casi sin fisuras por la comunidad internacional, representada y reivindicada todavía hoy en el marco de las Naciones Unidas, y que dio paso al exilio permanente urgido por la ocupación de Marruecos, un país vecino con muchas alianzas estratégicas y amigos poderosos, de unos territorios que a todas luces no le pertenecen. Procuramos por tanto contribuir en la medida de nuestras posibilidades a abogar por la justicia y paliar las necesidades evidentes que surgen de una existencia penosa para muchas familias en tierra de nadie, en esos campamentos de refugiados en los territorios del sur de Argelia, y animamos con empatía los esfuerzos que desde nuestra tierra se producen para aliarnos una y otra vez con el más débil de esta historia, sea en forma de hospitalidad hacia sus niños, que viajan en verano a un puñado de hogares de aquí, cuyos anfitriones les reciben con todo el cariño y generosidad que les pueden brindar sus propios padres, o formando las cadenas humanas a las que periódicamente somos invitados a sumarnos en diversos actos para mantener viva una llama que, no obstante, se extingue lentamente sin ninguna solución previsible a corto y medio plazo. Y es que nos sentimos culpables porque nos ponemos en el lugar de esos centenares de desplazados que ven como pasan sus vidas en pos de un retorno que, lejos de producirse, se diluye entre las dunas, en una provisionalidad que se adueña del porvenir. Y es por eso también por lo que viajan muchos jóvenes, y no tan jóvenes, españoles y una sucesión de intelectuales, artistas, activistas y personalidades influyentes, con la esperanza de enjugar de alguna manera un remordimiento que no remite, como tampoco lo hace la vigilia de los saharauis desde sus moradas eternamente efímeras. Solo que un nuevo ingrediente amenaza ahora con romper ese puente indeleble de unión y solidaridad, un factor que parece adueñarse gradualmente de una parte importante del continente vecino, como es el extremismo islamista, que acecha muy de cerca los caminos por los que transitan nuestros compatriotas en los campamentos de la discordia. En este punto, surgen muchas incógnitas, porque se entrecruzan nuestros buenos deseos con la realidad contundente de unas fuerzas emergentes que no cejan en su empeño de atacar cualquier atisbo de occidentalización sobre su fundamentalismo regresivo, eso sí, con secuestros que acarrean cuantiosos rescates y una ardua tarea de gestión diplomática e inteligencia de un país que, como España, está en el alero de la bancarrota tanto económica como social. Delicada cuestión la de nuestras autoridades, pero asimismo la de los saharauis, que deberán añadir a sus graves problemas la garantía de seguridad para nuestros cooperantes desde sus atalayas del desierto.