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Democracia > Domingo-Luis Hernández

En la reflexión sobre el discurrir de la democracia es sustancial desentrañar sus valores particulares. Porque la democracia no es una palabra, es un compromiso, y con ella no solo se opera por requerimiento sino por responsabilidad. Los políticos los primeros, porque ellos tienen a su cargo (como un creyente la fe) preservar su substancia. De ahí que si el ejercicio de la política se encuentra en el tercer lugar de las “preocupaciones” de los españoles, eso da que hablar, y mucho.

Es importante que cada cierto tiempo se convoque a los ciudadanos a las urnas y que las urnas cuenten. En las últimas celebradas aquí, desastre del PSOE y mayoría absoluta del PP. Nada que objetar. Gobierno legítimo y a convivir. Mas la democracia se arrima a su ejercicio y ahí el relato cultiva otros miramientos.

No por ocioso cabe dejar a un lado el fraude. Ocurre, sin embargo, que eso no viene al caso solo por repetir el mentado timo sobre un programa electoral. Viene al caso por discernir sobre qué componentes encierra semejante aberración. Tanto que en las encuestas del CIS la decepción comienza a asentarse incluso entre los incondicionales del PP.

¿Por qué ese manejo del partido ganador? ¿Es inevitable? ¿Por qué es inevitable? Por la ruina de los otros, repiten, esa que se los llevó por delante en las elecciones dichas. Mas tal enunciación tiene “peros”, y en los “peros” el meollo. Ni les gustan los recortes ni el exterminio de sus propuestas electorales, suspiran. De donde, a la esquina que llegamos es a preguntarnos por quién diseña su actuación si, como queda claro, ellos son unos meros monigotes. Lo que confirmamos es, pues, a un gobierno, con su presidente al frente, que hace menoscabo de su responsabilidad por la imposición de otros, Angela Merkel a la cabeza. ¿Es creíble esa hazaña así, sin más? Por lo que afecta al gobierno, se prueba; en el registro de la democracia, no. Un presidente en función de sus atribuciones debe discutir y razonar; también debe ponderar. Antonio Tabucchi lo explicó en su sustancial novela Tristano muere: el monstruo contra quien Occidente luchó ha engendrado con el tiempo un nuevo monstruo asimismo aterrador, ese que pregona la democracia dentro de sus paredes y pasa de puntillas sobre la democracia de los otros. Más cuando los “benefactores” tienen a los “otros” por insustanciales, vagos o derrochadores. Aunque el mundo en realidad no sea así, como los nuevos monstruos lo pintan.

Por eso cabe señalar la sospecha: el presidente Rajoy asume las desproporciones. La principal: democracia tutelada, que no conviene con el signo mismo de la democracia. Por lo cual es fácil preguntarnos si caben en el mismo saco todas las excepciones. De ahí las dudas y el menosprecio antes dicho de los españoles.

Me paro en dos ejemplos. Cito noticias textuales de prensa: “Facua denuncia amenazas del gobierno por sus actos en contra de los recortes”. Facua es una organización que protege a los consumidores de España. Los recortes afectan a los consumidores de España. ¿No está en su papel denunciar los recortes que afectan a los consumidores de España? Según el Gobierno no. Luego, perderá las subvenciones del Estado por no obedecer al Gobierno. Menosprecio a la libertad legítima de actuación y a la libertad de expresión. ¿En pro de la calidad de la democracia?

Otra noticia está enlazada con esta y da pie a más preguntas: el desarme sistemático de la radio televisión pública. Si de algo estábamos orgullosos los españoles era del funcionamiento de RTVE que pagamos todos. Porque asumía principios que admiramos de otros países a imitar: rigor, talento y objetividad. ¿Por qué es excepcional España también en eso? The Guardian lo apuntó en una crónica de su corresponsal en Barcelona: el gobierno de Rajoy es “alérgico al debate”. Asunto al que se había sumado la destituida Ana Pastor: su cese lo fue por ejercer con solvencia el periodismo.

La cuestión a que apunta estos asuntos (con la calidad de la democracia en sus barbas) es a que ni por el entreguismo ni por las dichas prácticas un responsable político de la altura ejecutiva de Rajoy es creíble. No somos creíbles. Imposible contar con una mínima solvencia cuando ministros hay fuera de órbita y el presidente está perdido. ¿Por qué no es contundente Rajoy como comienza a serlo Montti frente a la nueva dueña del cotarro? ¿Porque está de acuerdo con ella en ocupar, más allá del valor de cada voto, cual hace con las autonomías que no le convienen, contra las organizaciones sociales que lo contradicen, los funcionarios públicos o los periodistas que no colaboran?

La estampa es siniestra, tanto que a uno se le cae la cara de vergüenza cuando descubre que los dirigentes sindicales han de pedir audiencia (que fue concedida) a Angela Merkel. Y entonces Rajoy los recibió, claro. Se supone que por mandato de la jefa, que de eso sabe. Porque Rajoy en esos casos, cual quedó dicho, es decir, en los casos en los que la gestión gubernamental y la competencia democrática han de andar juntas, ni está y ni se le espera por estos lares.