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Él… sí lo hizo

FÁTIMA HERNÁNDEZ * | Santa Cruz de Tenerife

Miraba intrigada, ansiosa, desconcertada, no entendía lo que sucedía, su comportamiento no era el habitual, su amigo no actuaba como de costumbre, hacía cosas anómalas, se movía nervioso, hoy… estaba diferente. Desde muy temprano, le pareció extraño que le propusiera salir, pero no tuvo inconveniente. Por eso, cuando la invitó a subirse al coche, tampoco puso reproches, aunque no entendía… tampoco tuvo presentimientos, daba igual, no sucedería nada fatal a su lado, confiaba tanto en él… Siempre que la llamaba, ella estaba dispuesta, dispuesta a ayudarle, escucharle, atenderle, auxiliarle, seguirle y hasta agradarle, siempre dispuesta. Incluso en aquella época, cuando su mujer le abandonó por otro hombre y estaba sumido en la desesperación más absoluta, su carácter era agrio y desagradable, no quería nada y estaba inmerso en el caos, ella permaneció a su lado, intentando que esbozara una sonrisa, haciendo que recuperara la alegría y hasta le devolvió la ilusión que con la madurez había perdido. Ella le había devuelto la ilusión -con sus parsimoniosos movimientos de cadera- ¡Ah, cómo le amaba! Pero qué intrigante, lo de hoy no encajaba ¿invitarla a salir con tanta premura?, ¿antes de la hora habitual?, y encima… ¿hacerle unas caricias “forzadas” no habituales? Aun así no dudó, no había motivos, se subió al coche. ¡Aquel coche! Hasta su olor le era familiar…y emprendieron la marcha. Todo era tan curioso, no le decía nada, casi ni la miraba y esto sí que nunca lo soportaba, que no la mirara le parecía tan desleal. Siguió atenta a la carretera, mirando por la ventanilla, se alejaban demasiado, no era el recorrido de siempre, los paisajes de siempre, los árboles de siempre, el aroma de siempre, las casas de siempre; ahora cogían por una ruta nueva, distinta, diferente y él parecía ¿ausente? Aprovechó el tiempo y recordó, de nuevo, cosas del pasado… ¡Cuánto le quería! cómo anhelaba que llegara del trabajo -ella, previamente, acicalaba coqueta y cuidadosa su negro pelo sedoso y brillante- para que le contara historias de oficina, sus peleas con el jefe, los comentarios jocosos de amigos, sus planes de futuro, el jardín que planeaba en la nueva casa, el desayuno copioso que había disfrutado en la cafetería cercana, los informes de última hora que le daban tantos quebraderos de cabeza, mientras ella en silencio solo tenía ojos para él. A veces, de noche, cuando ya estaba dormido, se acurrucaba despacio, recelosa, insinuante, cálida y apacible junto a su cuerpo, como queriendo protegerlo de algo, de temores, de la soledad, de tristeza, del frío, de la oscuridad, del miedo y entonces ella, oyendo su respiración tranquila, rítmica y sosegada, se quedaba dormida; solo así se permitía el lujo de quedarse dormida, de conciliar el sueño.

Después de un tiempo largo de trayecto, cogieron por un atajo. La carretera no estaba asfaltada, tenían dificultades para avanzar, había llovido y los charcos pedregosos y llenos de fango hacían complicada la marcha. De pronto, al llegar a un recodo sinuoso que se abría a un pequeño claro lleno de matorrales, bruscamente frenó el coche, abrió la puerta y sin mirarla y con voz seca y áspera le dijo: “Baja”. Ella obedeció sumisa, humilde y abnegadamente; siempre lo hacía, era su esclava y él su ídolo. No puso inconvenientes, ni trabas, no se negó, nunca lo hacía. Pensó ilusionada que quería decirle algo en el interior del monte, algo que jamás le había dicho, quizás ¡cuánto te amo!, ¡cómo te necesito!, ¡eres mi vida!, ¡me haces compañía!, ¡no puedo vivir sin ti!, ¡eres preciosa!.. Seguro, sí… seguro, se lo diría, además era el lugar ideal, a solas, los dos a solas, en la intimidad.

Pero de repente, cuando se giró delicadamente para mirarle, oyó el motor del coche que arrancaba y se alejaba, velozmente, por la misma ruta por la que habían venido ¡Se iba! se marchaba sin ella, la abandonaba en aquel lugar de miedo, siniestro, de llovizna perpetua, frío, inaccesible, terrible, inmenso, húmedo y tenebroso, con árboles que se movían al compás lúgubre del viento y sonidos de extrañas criaturas que venían del interior del monte y que empezaban a darle mucho miedo. Comenzó a temblar… ¡Dios mío!, pronto caería la noche ¡no sabía volver sola!, ¡estaba sedienta!, ¡se hallaba asustada!, ¡dependía de él!.. Siempre dependió de él. Intentó seguirle, corrió, corrió, corrió desesperadamente, con angustia, con desaliento, sin esperanza, pero cada vez se alejaba más, apenas podía percibir la tenue e indefinida silueta del coche en la lejanía ¡no lo veía!, ¡no le vería… jamás! Al final, cansada, exhausta y rota de dolor, se abandonó al esfuerzo, se dejó caer sin oponer resistencia e inútilmente intentó llamarle varias veces, pero no tuvo fuerzas, ni siquiera tuvo fuerzas… para ladrar.

Nota.- Cada año se abandonan millones de animales de compañía en el mundo entero, y España tiene el triste honor de encabezar la relación de países con el mayor número de abandonos de la Comunidad Europea, con una cifra que se estima en torno a los 200.000.

* Conservadora marina del Museo de la Naturaleza y el Hombre del Organismo Autónomo de Museos y Centros