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Fuegos detrás del fuego > Francisco Pomares

Además de arrasar los montes, el fuego que no cesa ha logrado sacar lo peor de nosotros. Desde hace tres días, andan nuestros políticos enredados en la vieja y miserable estratagema de echarse la culpa los unos a los otros de todo lo malo que ocurre. Su discurso se basa en responsabilizar al del otro bando: así, el incendio deja de ser el verdadero problema que hay que resolver. El problema es que los del otro bando ningunean a Canarias no dotando a las Islas de los recursos contraincendios que necesita. O que los responsables de activar los protocolos de solicitud de ayuda no han actuado a tiempo y con la suficiente diligencia. O que el ministro está de vacaciones en Cádiz (y fumándose un puro, además, para completar la imagen de desprecio a los problemas de aquí).

Nos hemos acostumbrado a este proceder. Por eso hoy la clase política se ha convertido -en la percepción ciudadana- en una parte determinante de nuestros problemas como comunidad. Lo cierto es que no se espera de ellos un comportamiento distinto. Están entrenados para hacer precisamente eso, lo que hacen: culpar al otro, faltar, insultar… se pasan la vida buscando la paja en el ojo ajeno, prosperan destruyendo carreras y honras ajenas, y no hay catástrofe o acontecimiento que logre desactivar sus mecanismos aprendidos para la destrucción del adversario. Los ciudadanos normales y corrientes reaccionamos ante las situaciones difíciles con mayor esfuerzo, con el recurso a la solidaridad o con la voluntad de enmendar pasados errores. Los políticos se mueven sin problemas en el conflicto. Se alimentan del conflicto. Viven y crecen administrando conflictos.

Sin duda, meter a todos en el mismo saco es muy injusto: conozco mucha gente decente en el mundo de la política, gente como ese dirigente de un pequeño partido nacionalista que -ayer mismo- pedía dejar las diferencias para después y concentrar el esfuerzo en las tareas de extinción. Gente como esos alcaldes y concejales de La Gomera que llevan días ocupándose de atender a sus vecinos.

Pero el problema es que la política que conocemos en España funciona con reglas y mecanismos que impiden a los mejores alcanzar las responsabilidades más altas. Para llegar a ser presidente, o ministro, en este país hay que aprender a superarse en el cinismo, en la indiferencia por los problemas ciudadanos, hay que convertirse en maestro de la manipulación y la instrumentalización de los que te apoyan y hay que saber ser brutal y cruel con los adversarios. Nuestra democracia ha engendrado una cuadra de pequeños Napoleones. A ellos no les preocupa de verdad extinguir estos fuegos. Lo que de verdad les mueve es evitar quemarse en ellos.