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Gregorio Peces-Barba> Luis Ortega

Me ocurre lo que a Tierno, “que me llaman viejo -lo de profesor a veces lo evitan- antes de serlo”. Recuerdo la frase y la anécdota, ocurrida en la presentación por un diputado constituyente, cuando había dejado atrás un notable saldo de inteligencia y tolerancia al frente del Congreso de los Diputados. Y repaso una relación de obituarios donde al elogio general se le colaron algunas insidias y babas rencorosas. En el estante de literatura política, ahora el género está en liquidación, conviven con coherencia dos libros que, por mi formación católica, me resultaron útiles cuando los descubrí. El más viejo, una edición en rústica de Humanismo integral, editado en 1936, con las páginas amarillas y alguna frase subrayada por su anónimo propietario; lo compré en el Mercado de las pulgas de Saint Ouen. Es la obra esencial de Jacques Maritain, que acuñó el término y el estilo del socialismo personalista y captó a lectores con inquietudes democráticas compatibles con la fe. El segundo, Persona, sociedad y estado (1972) resume la tesis doctoral de Gregorio Peces-Barba Martínez (1938-2012) y acerca la filosofía del pensador francés, invitado a las sesiones del Vaticano II, a los españoles que pasaban -como podían- los contradictorios estertores de una dictadura cansina pero cruel. Cuando las opiniones sobre el fallecido se serenan, se amortizan los insultos por su participación al frente de una comisión estatal sobre víctimas y se olvidan sus sabios consejos a la familia real que, por cierto, pasa por sus peores momentos, emerge el talento y honestidad del defensor de los derechos civiles en el franquismo, del riguroso y paciente padre de la Constitución que -con Fraga, Cisneros, Solé Tura, Roca, Miguel Herrero y Pérez Llorca- alumbró un texto útil y astuto que, “en su articulado, contenía las claves para las reformas cuando las circunstancias lo aconsejaran”. Cuando, salvo honrosas excepciones, los políticos se aferran al poder, como las garrapatas a sus huéspedes, nuestro hombre -cofundador en 1963, con su maestro Ruiz-Giménez, de la revista Cuadernos para el diálogo- volvió a la docencia y presidió la gestora de la Universidad Carlos III, en el Sur de Madrid, abierta en el curso 1990-1991. Columnista puntual de El País, autor de publicaciones fundamentales -Teoría general de los derechos humanos y Libertad, poder, socialismo- y un sabio amable que inspiraba confianza y empatía a quien tuvo oportunidad de conocerle.