entre nosotros >

Hablemos del dinero > Juan Henríquez

Todos los años, y son unos cuantos, dedico el mes de agosto, aprovechando que los políticos nos dan una tregua, a reflexionar o analizar algunos valores sociales de los que nos cuesta hablar cotidianamente. Así lo haré en mis próximos artículos, y hasta el último martes del mes. Y sin más preámbulos, si a ustedes no les importa, podemos hablar, por ejemplo, del dinero. Es curioso que a la pregunta de qué es el dinero uno tenga la respuesta inmediata: sirve para vivir. No es que sea la versión exacta, pero de alguna manera así es. En realidad el dinero sustituyó en su día al trueque; la gente se intercambiaba servicios o bienes dependiendo de las necesidades de cada uno. El carpintero pagaba con muebles la carne del cazador. Elevado al plano filosófico, con perdón, en cierto modo el dinero no sólo es el medio por que se adquieren bienes o servicios, sino que se utiliza para lavar el cerebro de los ciudadanos/as. ¿Sabe cómo lo hacen? Repitiendo una y otra vez que cuanto más dinero se tenga mejor se vive, poseer muchas cosas es bueno, visitar cada día las pequeñas y grandes superficies comerciales, envidiar las grandes fortunas. Nos lo repiten hasta la saciedad y lo repetimos hasta que perdemos la autoestima, o autonomía, de pararnos a pensar lo contrario. Llegamos al extremo, precisamente por el extraordinario valor que le damos al dinero, que no distinguimos lo importante en nuestras vidas.

Hay personas, no es mi caso, o al menos lo intento, que por narices tiene que venir a contarte su última inversión. ¿Sabes?, me he comprado un apartamento en la playa, amueblado y con vistas al mar. ¡Coño! ¿Y ese coche?, pregunto; no me digas que no te lo había dicho, hace una semana que lo cambié por el pequeño, recibo por respuesta. Lo que pretendo señalar es que hay personas que se abrazan a lo material, y que esperan que el objeto les rodee tiernamente con sus brazos, que no tienen. Y es que las cosas materiales no pueden sustituir al amor, a la delicadeza y ternura, y menos los cortocircuitos que producen los sentimientos entre seres humanos. Creo que estoy en condiciones de aseverar que ni el dinero, ni el poder, a gran o miniescala, sustituyen al afecto y la amistad, o a la pureza y cordialidad que potencia las relaciones humanas.

Reconozco que desde que elijo a mis amigos, no por el poder y el dinero que tienen sino por lo que intelectualmente me aportan y la amistad que me ofrecen, soy un hombre feliz. Ahora evito acudir a los actos donde has sido invitado para formar parte del espectáculo de la hipocresía pública. Procuro hacer las cosas que quiero sin presiones del qué dirán, de tal manera que no padezco insatisfacciones, ni envidio nada, y los objetos de los otros no me interesan pero, curiosamente, a cualquier detalle mínimo y de escaso valor le doy una subliminal importancia. No me preocupa que aprecies o detestes lo que digo, y cómo lo escribo, porque quiero pedirte una cosa, desde lo más profundo de mis deseos déjame rogarte algo que nada tiene que ver con el dinero. Por favor: ¡Sé feliz!

juanguanche@telefonica.net