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Injusto > José David Santos

Durante todo el año, los profesionales que se dedican a la prevención y extinción de incendios intervienen de forma eficaz en la sofocación de numerosos conatos, pequeños incendios, que son controlados rápidamente y que, en muchos casos, son el germen del gran incendio. Se trabaja de forma anónima, sin trascendencia mediática, sin halagos ni críticas. Es su rutina. Sin embargo, cuando se producen catástrofes como la de estos días en La Gomera y La Palma y hace unas semanas en el Sur de Tenerife, nos centramos en la inmediatez de la noticia y, sobre todo, en la búsqueda de culpables que, a tenor de redes sociales, diversos comentarios desafortunados de algún político y la opinión de los afectados, es de los mismos que luchan antes, durante y después de las llamas por salvaguardar nuestros montes.

Si un conato cobra fuerza y se convierte en un gran incendio es el momento en el que estos profesionales y todos los que de forma directa o indirecta trabajan en el sector forestal público, se vuelven visibles; cuando saltan a las portadas de los periódicos y, tristemente, para mucha gente esa notoriedad sirve para verter una lluvia de críticas que alegre inunda charlas de barra de bar, pero también emisoras de radios, televisiones y páginas de diarios.

“No dejan recoger pinocha”; “los que saben apagar son los vecinos”; “antes no había esos incendios”; “no hay suficientes medios y faltan aviones”. Son frases hechas, recurrentes, que se repiten de forma invariable durante cada incendio. Una parte de la opinión pública parece coincidir en que en el pasado las cosas se hacían mejor en el monte. Periodistas y tertulianos repetimos como mantras estos lugares comunes de la cultura popular forestal, si es que existe tal cultura. Misteriosamente, los causantes de los fuegos se escapan de las críticas y los palos solo caen sobre gestores y equipos de emergencia. Y es injusto, tremendamente injusto.

El problema de los incendios forestales va mucho más allá de la pinocha o de la intervención de más hidroaviones. Los violentos incendios forestales actuales, ya que incendios siempre ha habido, son consecuencia de un cambio de modelo social y económico que modificó de forma radical la relación del hombre con el monte. El vecino de las medianías ya no necesita la pinocha. Por eso, apenas se recoge. Y tiene gas butano. Por eso, ya no se aprovecha ni una centésima parte de leña que se recogía antes. Tampoco el ganado es rentable, luego no hay cabras que pasten. Los bancales ya no se cultivan y el monte se hace fuerte en ellos. En definitiva, el hombre le dio la espalda al monte porque ya no lo necesitaba. El monte ya no es rentable. Y los pocos campesinos de verdad que quedan son mayores y no pueden cargar con toda esa responsabilidad.

Y no solo eso. El hombre de la ciudad se fue a vivir cerca del monte buscando una mayor calidad de vida. Se construyeron casas, urbanizaciones, algunas legales, muchas ilegales y amnistiadas, en el entorno del monte, cuando no dentro de él.

Tenemos así el coctel perfecto de monte cargado de combustible y casas asentadas en sus aledaños. Una situación de riesgo que no se percibe hasta que surge la alarma. El fuego. Y cuando se desata el incendio las prioridades están claras: las personas y sus bienes, lo primero. Paradójicamente, el profesional forestal tiene que adaptar sus estrategias para cumplir con esas premisas, dejando en ocasiones que arda el monte por defender personas y casas. Y aun así, arrecian las críticas.

¿De quién es la culpa?, ¿de los políticos?, ¿de los técnicos? Solo un análisis muy simplista puede surgir de esos únicos interrogantes. La culpa del incendio la tiene siempre el que inicia el fuego -cuando es intencionado-, pero el caldo de cultivo para que esas primeras llamas se conviertas en un gran incendio y cause daños y hasta se cobre vidas humanas es este modelo social y económico en el que el monte se ha transformado en un bien de contemplación y disfrute, pero de escasa trascendencia económica.

Se habla de tener muchas brigadas y aviones, pero llegado el gran incendio no hay recursos suficientes que se puedan enfrentar a gigantescas murallas de llama y humo. También se aboga por la prevención, por practicar la selvicultura, crear cortafuegos, pero ¿es una vía sustentable en el tiempo?, ¿qué pasa con la gran cantidad de propiedad privada sobre la que no se hace ningún trabajo de prevención?, ¿alguien ha pensado que el problema de los incendios está en las fincas privadas abandonadas?

Hay que buscar rentabilidad al monte. Si de verdad los incendios son un problema, hay que actuar conjuntamente desde todas las administraciones. Y también desde la población, los propietarios de tierras de cultivo y forestales y los que simplemente habitan en el entorno de los montes. No es tarea fácil. Quizá la crisis sea un estímulo para buscar en el monte una fuente de ingresos, pero en nuestra contra está la periodicidad de los incendios y son solo objeto de debate en verano. Cuando ocurren. Después nadie se acuerda de ellos. Y, eso, por sí solo, y más allá de las críticas, es injusto para los que guardan nuestros montes.