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Jaime Lorenzo, Ferocha > Luis Ortega

Ayer paseé con calma por la playa de Bajamar y por lo que queda de aquel campo donde pasé tardes de domingo, en los primeros cursos de bachillerato, siguiendo partidos y ligas domésticas cuando las escasas y pésimas comunicaciones obligaban a los pueblos a resolver por sí mismas sus necesidades y divertimentos. Propiedad de la familia Rodríguez Acosta, el espacio contaba con unas gradas de cemento en ele y los dos tramos asignados, nunca supe por qué criterios, a las aficiones ruidosas del Tenisca y Mensajero, expresiones máximas de la dicotomía que señala a nuestra ciudad. Primero como hincha pasional del equipo blanco y, luego, cuando DIARIO DE AVISOS se editaba en Santa Cruz de La Palma, como cronista – cuando menos sospechoso de parcialidad – para las crónicas del lunes, el día rey, cuando Fernandito, con el paquete bajo el brazo y su jerga ininteligible, pregonaba los resultados de la jornada y alguna que otra noticia de alcance. Desde esos años, con tantos límites como estímulos, guardé una buena amistad con Jaime Lorenzo Hernández, un defensa central de espléndida colocación que, de algún modo, se anticipó a la evolución de este deporte de masas, con cruces espectaculares en plena sintonía con su portero, adelantamiento de la línea en momentos de presión y recursos de un jugador grande. Ferocha – como Feluco, Neydo, Fredy, Daldo, Pedro, Emilín, Sarbelio, Arteaga y paro la lista – fue un jugador por encima de la media, un profesional en tierra firme que, para gusto nuestro, jugó en aquel terral regado por la maresía. Heredé el afecto y la admiración hacia este jugador, que se crecía en el juego, de mi padre y mi hermano. En los últimos viajes, intercambiamos, como siempre, el saludo y los recuerdos añejos en El Puente, eje de la vida ciudadana. Su recuerdo volvió en la explanada sin destino, a cuyo rectángulo se adscriben sus tardes de gloria, cuando un enfrentamiento entre los dos conjuntos capitalinos – ambos con alguna que otra actividad social – animaban el tedio de un tiempo que se escribió en gris marengo. Cuando, con bastante retraso, conocí su tránsito, repasé los libros atestados de nombres, datos y anécdotas, de Paco Antequera y no solté la nostalgia hasta que la localización de unos exteriores me llevó al lugar donde varias generaciones de palmeros, a falta de tanto, lanzamos nuestra pasión por el deporte más universal y los héroes locales, Ferocha (1931-2012), entre ellos, que dejan un hueco en su familia y el amplio círculo de sus amigos.