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Jonás> Luis Ortega

De las secuelas del incendio gomero, la más bella y la que llama a la esperanza se llama Jonás. Hoy cumple veinte días y por circunstancias diversas, incluida el nombre bíblico, ya es felizmente famoso. Mientras saltaban las alarmas, el 4 de este mes, Lilia Alzola comenzó con dolores de parto y de madrugada se desplazó desde Playa de Santiago hasta el Hospital Insular; estaba entre los evacuados del caserío de Imada -donde viven doscientas personas, en su mayoría empleadas en el turismo- y llegó por carretera a la Villa. Con los claros del día nació el pequeño, un rayo de luz, mientras se consuma la extinción, se calcula la dimensión del desastre y se cruzan acusaciones entre las administraciones autonómica y central. No es necesario repetir lo que manifestamos en nuestra columna del día 15: la gravedad mundial del suceso, que afecta a una Reserva de la Biosfera, Parque Nacional y Patrimonio de la Humanidad; ni nuestro acuerdo pleno tanto con las demandas de medios aéreos -hidroaviones principalmente-con base en las Islas que reclamó Rivero, para proteger la reserva forestal que, contra delincuentes, pirómanos y azares, todavía contamos; ni con la petición de intervención del gobierno estatal que, en todos los tonos, exigió Curbelo.
Un Archipiélago que cuenta con cuatro parques nacionales exige una atención consecuente. No hace falta reclamarlo, como declaró el ministro de Medio Ambiente, durante muchos días. Choca ese “respeto y no injerencia” en los criterios insulares con las contestadas prospecciones de Repsol que, según el ejecutivo central, “se harán pese a quien pese”. Ahora se trata de contabilizar daños y programar, con el compromiso y la lealtad de todas las instancias, actuaciones urgentes e imprescindibles que, para empezar, devuelva su hogar y medio de vida a quienes lo perdieron; y aunque resulte una tarea ardua, compleja y costosa restablecer -en la medida de lo posible- el paraíso quemado.
Para esta empresa se exige generosidad por encima de intereses parciales, altura de miras; o sea, política con mayúsculas frente al poco edificante espectáculo en el que algunos convierten la función pública. Y se demanda también la colaboración urgente de las instituciones financieras, siguiendo el ejemplo de La Caixa que, de entrada, destinó cien mil euros para las mayores urgencias e inició una campaña solidaria, y las ayudas privadas para atender una calamidad a la que ninguna institución decente ni persona de bien pueden permanecer ajenas.