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Manifestación ilegal > Rafael Muñoz Abad

Las sociedades mineras del África austral han evolucionado poco desde el apartheid. La diferencia estriba en que Sudáfrica ha salido de su aislamiento y ha terminado ya no sólo en erigirse como el principal ministro de la economía africana, sino como uno de los países emergentes. El habitual flujo de la emigración sur norte aquí se torna inverso. El fin del régimen racista de Pretoria se celebró con un festín de telefilmes norteamericanos. Series que retrataban el éxito social de una triunfante burguesía de color donde abogados y doctores compartían elegantes vecindarios con sus vecinos blancos. La sociedad sudafricana sigue tan estigmatizada como en los 80. La separación racial continua a pesar del florecimiento de una prematura clase media negra. Y es que los rands siguen en los mismos bolsillos de antaño. El sueño americano del negro sudafricano acaba bruscamente a las cuatro de la madrugada. La mina espera. El tesoro natural que el subsuelo esconde hace que las explotaciones florezcan. Los holdings internacionales de la minera cotizan alto en la bolsa sudafricana. Carbón, diamantes, hierro y oro. Las condiciones laborales son inhumanas; es la vuelta de los faraones. Sangre y sudor. Pocos se quejan; hay tantos esperando, que todo se acepta. Las minas sudafricanas reviven la sociedad estamental. Los capataces arriba y los negros abajo; resulta que ahora ya hay vigilantes negros; el negro contra el negro; los subalternos blancos son los menos; ya pasaron a la historia; el apartheid se acabó, aunque no del todo. “Esta manifestación es ilegal; tienen cinco minutos para disolverse o abriremos fuego”; misiva habitual de la “eficiente” policía blanca del apartheid. Solo que esta vez el episodio se produjo en plena democracia y con policías negros disparando contra trabajadores negros. La impresionante rentabilidad de la minería sudafricana es amargamente explicable si analizamos la correa de transmisión que la engrasa: la inmigración en forma de mano de obra barata. En la era del apartheid, cuarenta millones de negros trabajaban para cinco de blancos por poco más que comida y techo; hoy en día, otros cuarenta millones siguen para las grandes multinacionales. El apartheid afirmaba orgulloso que el nivel de vida de los mineros siempre sería muy superior al que estos podrían aspirar en sus sociedades tribales. A día de hoy, a los obreros se les paga quincenalmente y no con la finalización del contrato. En contraposición, praxis como el cacheo o el paso por rayos x para comprobar que no se roban gemas ingiriéndolas, son habituales.

* Centro de estudios africanos de la ULL. | cuadernosdeafrica@gmail.com