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Protección de infraestructuras críticas > Sergio García de la Cruz

Si tuviera que destacar una palabra para condensar lo que llevamos de siglo XXI, inequívocamente esta sería “seguridad”, principalmente por la evolución que ha tenido la misma adaptándose a nuevas amenazas y riesgos que nos han mostrado lo vulnerables que podemos ser. A nadie se le escapa que ciertas infraestructuras, por su especial relevancia para la sociedad, necesitan una protección de primera línea, aunque esto tristemente no se ha tenido suficientemente en cuenta hasta después de los nefastos acontecimientos ocurridos en países como el nuestro, o una gran potencia como Estados Unidos, supuestamente infranqueable.

Una infraestructura crítica es un elemento esencial para la sociedad, vital para la población y cuya perturbación o destrucción afectaría gravemente a un Estado, al no poder mantener las funciones básicas de esa sociedad. Pues bien, auspiciado por Europa, en España se crea el Catálogo Nacional de Infraestructuras Estratégicas, que contiene información detallada sobre todas las infraestructuras críticas, incluyendo tanto las españolas como las europeas que afectan a España. Las infraestructuras críticas se pueden dividir en: centrales y redes de energía, sistema de telecomunicaciones, sistema financiero y tributario (banca, valores e inversiones), sector sanitario, sector aeroespacial, instalaciones de investigación, alimentación, agua (embalses, almacenamiento, tratamiento y redes), transportes (aeropuertos, puertos, ferrocarriles, etc.), industria nuclear o química, y Administración (servicios básicos, instalaciones, redes de información, monumentos nacionales, etc.). En total, hablamos de más de 3.500 instalaciones esenciales.

Un ataque terrorista contra algunas de estas instalaciones haría mucho daño a cualquier país. Todos hemos visto cómo en algunos momentos en los que se ha producido la paralización de un servicio esencial, se ha ocasionado una situación caótica. Como ejemplo podemos citar casos como el de Nueva York, que estuvo dos días sin fluido eléctrico en 2003; el de Madrid, donde una nevada aisló la ciudad y obligó al cierre del Aeropuerto de Barajas; o el de Melilla, donde los daños que sufrió un cable telefónico dejaron incomunicada a la ciudad durante tres días. Además, el hecho de que se produzcan daños en el sistema telefónico de una ciudad no solo supone la imposibilidad de realizar llamadas, sino también el corte de cosas tan fundamentales como los cajeros, o que muchos organismos no puedan ofrecer sus servicios. Un ejemplo más triste, porque se cobró vidas humanas, fue la crisis gasista ruso-ucraniana, en la que por cuestiones políticas se llegó a un corte en el suministro que afectó a muchos otros países. La mayoría de esos países afectados tienen suficientes reservas para afrontar cierta escasez de fluido, pero Europa obtiene un cuarto del volumen de gas que consume de Rusia, y la mayoría del suministro llega a través de gasoductos que atraviesan el territorio ucraniano. La seguridad es cuestión de toda la sociedad. Es cierto que la gran mayoría de las infraestructuras pertenecen al sector privado, pero prestan un servicio a todo el país. Por ello, es necesario que dejemos de ver la seguridad solo como una cuestión policial. Esa idea ya no vale. Entramos en un nuevo periodo de mutua colaboración y apoyo por el bien de todos.

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