Cuando Carmen, compañera, amiga y esposa de Ramón Álvarez, levantó el teléfono y dijo dígame, solo pude pronunciar mi nombre: soy Juan Henríquez, Carmen… No pude continuar, un gran nudo obstruyó mi garganta pero, afortunadamente, mi venerada y admirada Carmita, desde su entereza humana y comprensión, me ayudó a salir del trance. El primer pensamiento desde el instante que me enteré de la muerte de Ramón Álvarez a través del Facebook, el lunes de hace una semana al mediodía, es decir, cuando sus familiares y amigos le acompañaban en la última reunión terrenal, me dije: me cago en la leche que me hizo, jamás me perdonaré no haber podido estar presente en la despedida del gran hombre y buque insignia del socialismo canario. Entré al PSOE de la mano de Miguel Ángel Barbuzano, época de la clandestinidad; sin embargo, las primeras lecciones ideológicas las recibí de Ramón Álvarez Braun que conocía y, además, predicaba la historia del PSOE y del socialismo internacional mejor que nadie: desde la convicción y el compromiso con la lucha de clases. También tuve el honor de tenerle como monitor en aquellos cursillos de formación ideológica y de oratoria. De voz recia y uniforme, de movimientos vibrantes y convulsivos, estar en su compañía fueron momentos de orgullo y placer. Para mí el rasgo característico por excelencia de Ramón Álvarez era la humildad, seguida de valores ejemplares cómo la honestidad, y, sobre todo, explotaba al máximo el compañerismo y la solidaridad; siempre pensé que mí amigo y compañero era un clonado de Pablo Iglesias.
Pero mi amigo, y maestro de muchos militantes históricos del PSOE, tenía otros valores añadidos: campechano, cordial y simpático. Recuerdo aquellas salidas a cenar, sobre todo en sábado/noche, con nuestras respectivas esposas (Ramón&Carmen/Néstor&Carmen/César&Lina/Eduardo&Reme/Un servidor&Ana) en las que Ramón encadenaba un chiste tras de otro; en aquellas cenas hablábamos poco de política, pero nos partíamos de risa con las ramonadas; poseía el humor del buen marxista. Ahora, el Ramón sabio y sutil, fue aquel que encabezando la delegación de la Corriente de Izquierda Socialista en el congreso regional del PSOE, 1986, apareció finalmente en la Ejecutiva Regional un político, cuyo nombre obviaré, por el que nadie daba un duro; Ramón se me acercó al conocerse la candidatura y me dijo: mira Juanito, a éste de cualquier forma que lo tires, siempre cae de pie.
Practicaba lo que predicaba. Era querido y respetado por todo el mundo. En la familia un ejemplar único; sus compañeros de profesión, arquitectos técnicos, lo ensalzaban; los militantes del PSOE lo trataban con cariño y admiración; y, los amigos, mí caso, todavía estamos incrédulos de que nos haya abandonado, aunque no sorprendidos, porque así fue en vida: imperturbable, discreto y reflexivo. Te despediré, transmitiendo el pésame a toda la familia por tan señalada pérdida, con la frase que, con toda probabilidad, más repetiste durante tu existencia, en muchas ocasiones con el puño izquierdo cerrado y en alto: ¡Salud, compañero!