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Ray Bradbury> Luis Ortega

Hubiera cumplido noventa y dos años y, con su gloria mundial, en su laude sólo quedó su nombre y una frase: “autor de Farenheit 451”. De su viaje por California, Belén me trajo una biografía del niño vendedor de periódicos que, desde la cotidianidad, dejó las historias más inquietantes del pasado siglo; y La bruja de abril y otros cuentos (1994), antología de bellas imágenes y una poética fresca y eterna y que, entra en su penúltima producción, la su ruptura de todos los convencionalismos. Tipo singular de una familia nómada y con empleos prosaicos, jamás presumió de actitudes ni de liderazgos, intelectuales, y desmitificó – con más naturalidad que el crítico más incordio – su propia creación. “Se equivocan – escribió – quienes creen que, en mis historias hago predicciones de futuro; sólo dejo avisos”. Implacable con la sociedad contemporánea, señaló: “Vivimos en un mundo que nos absorbe con sus normas, con sus reglas fijas y con la burocracia que no sirve para nada”. “Hay que tener mucho cuidado con los intelectuales y los psicólogos, que te intentan decir lo que tienes que hacer y lo que no”. Con dieciocho colecciones de relatos breves – algunos tan hermosos como Las maquinarias de la alegría (1964) – y once novelas, sus mayores éxitos editoriales encontraron inmediata traducción en el cine. Faranheit 451 fue rodada por François Truffaut y se planteó como paradigma de la censura totalitaria, ensañada con los libros; también logró un éxito notable con Crónicas marcianas. Trabajó como guionista en fabulaciones ajenas y fue un dramaturgo discreto, acaso porque sus ámbitos y situaciones sugeridas no tenían el mejor acomodo en un escenario. Tuvo su estrella en el Paseo de la Fama y ganó premios y reconocimientos profesionales en todo el mundo. Sin embargo, trató con displicencia a los políticos y a los historiadores literarios, acaso porque simplemente era “un narrador con propósitos morales, en una sociedad que tiene en ese campo su peor y más desesperanzada crisis y que debe buscar herramientas éticas para hacerle frente, con imaginación y confianza en nuestras posibilidades”. Nos sugirió mirar la realidad de otra manera para descubrir que, hasta la costumbre, la regla inexorable que mueve el orden celeste y la más modesta criatura, encierra puntuales maravillas que, en cada ocasión, parecen un milagro, un prodigio pregonado o un capricho de tanto seguimiento como las Lágrimas de San Lorenzo, que ocurren, y se contemplan, según la claridad, del cielo, por estas fechas.