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Tiempo de fiestas > Francisco Pomares

El Ayuntamiento de Mogán gastó el año pasado más de 275.000 euros en fiestas y jolgorios, una cantidad superior que la destinada a atender servicios sociales. Con la que está cayendo, con miles de familias entrando de cabeza en la indigencia, parece bastante alucinante que un Ayuntamiento prefiera gastar sus menguados recursos en saraos antes que atender las necesidades más apremiantes de sus vecinos. Pero si se hiciera el mismo análisis que se ha hecho en Mogán en otros consistorios de las islas, descubriríamos que probablemente no es el único en Canarias que destinó más recursos de su menguado presupuesto a diversiones que a atender servicios sociales y necesidades básicas de sus vecinos.

La tenencia a considerar que la fiesta es un derecho ciudadano que debe estar por encima de cualquier otra consideración tiene su origen en la antigüedad clásica y es un rasgo característico y definitorio de las culturas meridionales, que han asumido la fiesta como la ocasión de olvidar los malos momentos del año y hacer catarsis. Para muchos pequeños municipios o barrios, las fiestas patronales son una pura y dura declaración de existencia, uno de los pocos momentos en los que los vecinos se reconcilian con el territorio en el que viven. Quizá por eso, para muchos alcaldes es más dramático no poder ponerle unos buenos fuegos artificiales al patrón que dejar de repartir vales de asistencia social. Y para algunos vecinos también. Las fiestas son sagradas: en ellas se funden junto a lo meramente lúdico y festivo, elementos de identidad, de orgullo de pertenencia a un grupo. Por no hablar de los aspectos económicos, cada vez más importantes, del negocio que acompaña a la fiesta.

Aún así, si fuera decisión mía -afortunadamente no lo es-, optaría por dedicar hasta el último euro público destinado a organizar los próximos carnavales de Santa Cruz a asistencia social, a paliar situaciones de absoluta emergencia que hoy son ya legión. Pero también entiendo que una medida de ese tipo es imposible en una sociedad como la nuestra. Si algún político estuviera tan loco como para plantear una decisión así, perdería popularidad y se enfrentaría al más absoluto descrédito. Los romanos ya tenían claro que un pueblo se gobierna con pan y circo. Cuando el pan escaseaba, se optaba por ofrecer mayores y mejores juegos. Los pueblos latinos hemos heredado de la tradición política romana ese recurso a la distracción. Me pregunto si habrá algún ayuntamiento de Canarias, uno solo, que se haya atrevido a suprimir de su presupuesto de crisis el gasto de fiestas. Y me contesto que no.