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¿Turismo paranormal?

Las creencias ocultistas llevan más de un siglo intentando normalizarse como algo válido en sí mismo, a la par con la cultura científica, como si la creencia en fantasmas y en lugares mágicos fuese equivalente a la paleontología y al descubrimiento de los agentes patógenos microscópicos. Desde hace algunas décadas, las tonterías en el terreno de la ciencia y el conocimiento se disfrazan con el término “alternativo”. Debe dar gustito llamarte alternativo y vender ideas novísimas ya antiguas en el siglo XIX.

Mientras la ciencia avanza y confirma predicciones como la del famoso bosón detectado en el Gran Colisionador de Hadrones, los ocultistas de siempre, es decir, los alternativos, mágicos y paranormalistas, venden energías fantasmales y se esfuerzan por adecuar un ámbito al que, por su propia naturaleza, le resulta imposible. Y ese esfuerzo tiene como blanco, además de las universidades, los ayuntamientos, las concejalías de cultura y otros ámbitos a través de los cuales se intenta aprovechar el tirón popular que ciertas creencias absurdas tienen. De esta forma, la nueva vía para embaucar a ayuntamientos y entidades culturales consiste en el llamado turismo paranormal. Se trata de un intento de explotar comercialmente lugares que cuentan con leyendas sobre fantasmas (que no existen), apariciones (tampoco) y extrañas percepciones (en la mente de las personas), entre otras viejísimas supersticiones.

Me pregunto si nuestras corporaciones, o las de cualquier otro lugar de España, desean promocionar estas patrañas y verse señaladas. Los ayuntamientos, entre otras muchas cosas, están para promocionar la cultura, es decir, las humanidades y las ciencias, por medio de las correspondientes concejalías, no para dar carta de naturaleza tácita a lo que no son más que rumores para asustar a gentes predispuestas.

Es de suponer que la percepción social de lo que es la ciencia y los científicos lleve a algunos responsables locales de cultura a pensar que una casa encantada (una simple creencia sin fundamento), un lugar mágico (otra fabricación inútil para describir lo que ha sido siempre la belleza de un lugar natural) y otras creencias sobre espiritualidades horteras, pseudo-misterios e inventos del para-listo de turno son enganches válidos para atraer turismo (vean este increíble ejemplo del blog Magonia y las falsas caras de Bélmez), pero no será más que un descrédito.

El turismo paranormal no tiene interés en probar la realidad de unos supuestos hechos; desea que usted consuma ya, ahora. La publicidad no prueba nada, aunque pueda ser ingerida como comida rápida. Supongo que la pretensión final es que acabe siendo concejal de cultura o rector universitario algún señor con canas promotor de la neo-conciencia chiripitifláutica, de esos en cuya sonrisa resuenan los muchos euros que cuestan sus productos.

Esperemos que los responsables de cultura locales, de cualquier entidad o institución no den pábulo a cuentos de la vieja majadera del misterio y se preocupen de difundir y promocionar la historia, la botánica, la economía y la astronomía, el rugby y el baloncesto, que es su obligación.